La patria asesina

En la película más cara de la historia de nuestro cine, Mario Zaragoza interpreta a un asesino a sueldo, un cobarde que se envuelve en la bandera para apuñalar a un borracho insignificante e indefenso. La patria es un asesino. La patria asesina.
El atentado es un crimen de proporciones menores, pero un crimen al fin. No es un crimen sabroso. No amamos a los criminales, a los artífices de esa bazofia. NO. No podemos amarlos. No se dan a querer. Nos venden cinematografía y nos salen con ensayos, bocetos, proyectos, galeras, pruebas de vestuario. Es increíble suponer que la última película de Jorge Fons (quizá lo sea) está terminada. Algo falló. No hay un solo artista detrás de esa obra. No hay un artesano. No hay, siquiera, un vil mercenario de la industria del entretenimiento. Me temo que ni los responsables de Gritos de muerte y libertad lo habrían hecho peor. ¿A dónde hemos llegado en el cine mexicano? Si la película más importante del año, si el producto esperado durante meses decepciona de tal manera, entonces hemos perdido toda esperanza. El cine mexicano está muerto y, por lo tanto, México ya no existe. Respira, pero ha muerto irremediablemente. Ha muerto su espíritu. No exagero. El arte es el espíritu de una nación. Si los artistas mexicanos no son capaces, ni en este año, ni con estos símbolos, de resucitar una patria exánime, entonces nadie podrá. México ya no existe. Es oficial. Estamos en el proceso de asimilarnos a la decadencia norteamericana. No tenemos redención. Nos iremos de este mundo como un apéndice pintoresco de los gringos.
Porque los gringos también están muriéndose. El auge de las series norteamericanas no rinde más que las cuentas de una decadencia anunciada. La decadencia de un imperio siempre resulta apasionante. Ahí está el ejemplo romano para comprobarlo. México nunca fue un imperio, a pesar de Iturbide, por lo que su decadencia no es más que un triste remedo de la decadencia norteamericana. Un chiste mal traducido, eso es nuestro país. Pero no nos rindamos, todavía nos queda la esperanza de que los microempresarios del "Che" hagan la revolución. No seamos pesimistas, ni los igualemos con el imbécil de infausta memoria que pretendió asesinar a la patria (porque don Porfirio era entonces la patria) con un insulso puñetazo en la cara. Su destino no tendría porque ser el nuestro: "Si ustedes supieran cómo batallábamos para salir adelante. Y que yo recuerde nadie se quejó ni una sola vez. Ni siquiera mis hijas, que según iban creciendo tenían que ayudarme en la casa. Porque sin necesidad de platicarlo entre nosotros, todos en la familia estábamos de acuerdo en que lo importante era Arnulfito. Nadie lo envidiaba porque tuviera una pieza para él solo, mientras que los demás dormíamos amontonados. Queríamos que se puliera. Que se prepara. Que un día se convirtiera en abogado. Y ya entonces nos sacaría de pobres..." (Álvaro Uribe, Expediente del atentado, México: Tusquets, 2007, p. 95)
Ése es el espíritu de Arnulfo Arroyo, el protagonista de la película, un mantenido, un petardo, una esperanza sin cuajar: una metáfora de nuestro país, qué digo metáfora, un retrato hablado de nuestra patria. Tal es la materia prima con la que los guionistas de El atentado se suponía que debían trabajar; pero, como siempre, la miopía, la indolencia, el servilismo intelectual de la industria cinematográfica, tomó el camino fácil. El pretexto será el de siempre: es imposible reproducir una novela en dos horas. ¡No, imbéciles de mierda, no! No se trata de reproducir la novela, se trata de leerla, de interpretarla, de contar, con la fuerza de la imagen, la cita anterior, por ejemplo, de convertir las palabras de esa madre en un discurso audiovisual. De eso se trata. Si no lo entienden así, no veo por qué se dedican al cine. Si no conciben la adaptación de esa manera, no veo por qué eligieron una novela como ésa para filmar. Si no saben hacer cine, no me explico por qué demonios se gastan el dinero del erario público en experimentos, en intentos, en buenos propósitos. ¿Creen acaso que producir una cinta anticalderonista patrocinada por el gobierno de Calderón es un mérito en sí mismo? ¡Qué transgresores! Los felicito. Las pedradas a los ajolotes les salen muy bien. Temo informarles que Calderón no es, todavía, ni la sombra del miembro más gris del gabinete porfirista. Han elegido un enemigo enclenque. Vicente Leñero debería avergonzarse de firmar una obra digna de un pordiosero intelectual. En lugar de simplificar al extremo la historia, cifrando en la administración calderonista todo un siglo de iniquidades, mírense en el espejo. Don Jorge, don Vicente, cuál es su responsabilidad en la ola de mierda que nos baña. ¿Ninguna? No han vivido casi tanto como el Partido Revolucionario en este territorio. ¿No son ustedes mexicanos? Extraño la autocrítica. Extraño la lucidez de la experiencia. Don Vicente, ¿sigue siendo el mismo del golpe a Excelsior? ¿No ha pasado nada más en su vida durante los últimos seis lustros? Lo lamentaría, pero, quizá, así me explicaría por qué a este país, nuestro país, se lo está llevando la chingada.

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