La invención de México

Hacia mediados de los años treinta, en un territorio dividido, como siempre, entre jacobinos y guadalupanos, a Fernando de Fuentes se le ocurrió inventar un país, lo llamó México. Unos años antes había comenzado a concebirlo en cintas como El prisionero trece, donde Emma Roldán solicita clemencia para su hijo, un revoltoso a punto de ser fusilado como Dios manda. Sus primeros tres filmes han maravillado a los revisionistas porque descubrieron en ellos un agudo retrato de la sociedad mexicana. No es un retrato, es una invención, una mentira tan grande como Allá en el rancho grande, pero más verosímil. Vámonos con Pancho Villa es tan falsa como María Félix en La devoradora y La mujer sin alma. Fernando de Fuentes inventó el siglo veinte mexicano y nadie recuerda ni su nombre. La cinematografía no es un pasatiempo. Basta de manosear el verbo "entretener". Las películas no son entretenimiento. Si alguien quiere darse cuenta, la filmografía de nuestros próceres es la única sobreviviente del naufragio revolucionario. Dentro de quince días, tendríamos que gritar hasta desgañitarnos "Viva el Indio Fernández", "Viva Julio Bracho", "Viva de Fuentes", "Viva, carajo, por dios, Ismael Rodríguez". Ellos inventaron este país. El resto es mala literatura. Administradores que vienen y van. Justo cuando Fernando de Fuentes estaba inventando un país, Lázaro Cárdenas le entregó la presidencia a un mocho impresentable como Manuel Ávila Camacho. Los cineastas tuvieron que venir al rescate.
No me digan que Emilio Fernández le lamía las suelas a los gobiernos revolucionarios. Ellos, los cachorros de la revolución, no movieron una neurona por este país. Todo se lo debemos a los artistas: Vasconcelos y sus apóstoles. Nada le debemos a Cárdenas, ni un poco a Obregón, qué me dicen de Miguel Alemán, (ése hasta a deber nos queda). El arte no es sólo la única realidad posible, es la realidad indispensable para México. Sin nuestros murales, sin nuestros libros, sin nuestras películas, qué seríamos, ¿el mayor exportador de telenovelas en el mundo?, ¿el proveedor número uno de frijol para los Estados Unidos?, ¿algo más?, ¿un paraíso turístico?, ¿están seguros de que Acapulco es un paraíso?, ¿no será que eso también lo inventó el cine? No nos hagamos pendejos, la economía sólo le importa a los economistas, y así está muy bien. Preocupémonos por el arte. Qué va a sobrevivir de nuestra época, de los últimos treinta años de crisis económicas. Las ficheras, los narcotraficantes (otra invención del cine), los charolastras, la clase media: puras mentiras. Sin embargo, los cineastas mexicanos contemporáneos no nos saben mentir. No nos gustan sus mentiras porque no dicen mentiras. !Son taaaaan honestos¡ Aún así, muy a su pesar, han creado una mentira más: lectores de La jornada, una sociedad civil que se organiza (mentira monsivaíta), barbas indignadas porque Vicente Fox mochó el águila del escudo nacional. Mientras nuestros próceres nos cuentan en sus filmes que los mexicanos de los cuarenta y cincuenta se partían la madre por su país (una falsedad, insisto), mientras los habitantes de aquellas mentiras vivían atormentados por las pasiones, por las causas, por la patria, los lectores de La jornada nos vemos en el espejo de la avenida México - Coyoacán y decimos: "¡Ah, mira, el tren ligero, ah, mira, los puentes peatonales de CU!", y nada más. En el cine mexicano actual se extraña al personaje, punto, sea héroe, antihéroe, villano, cómico, farsante, narco, rumbera. El cine mexicano contemporáneo nos cuenta la historia de ¡nadie! ¿Quién es el protagonista de Lake Tahoe? Pues, .... un chavo. ¡Ah! y ¿quién es la protagonista de Las buenas hierbas? Obvio, una chava. ¿Un chavo, una chava? ¿Creen los cineastas contemporáneos que se pueden permitir contar las vidas de seres infrahumanos? Los protagonistas de esas películas no hacen nada. Hasta los Lumiere entendieron que tenían que filmar a un tipo con una manguera en las manos por lo menos. Odio el cine mexicano, lo odio por películas como ésas, que pretenden que su inopia merece dos horas de nuestro tiempo. Ni madres, la inopia no es cinematográfica. Demuéstrenlo. Demuéstrenme que su pereza mental es digna de una historia como la nuestra. Demuéstrenme que su abulia dramática es merecedora de un sitio entre los orfebres que se quebraron la cabeza por darnos patria. ¿A quién debo admirar que no se apellide García Bernal? ¿Quién más es un dios del tamaño de Diego Luna? ¿Quién tiene menos fiaca que los Cuarón? ¿González Iñarritu? Sin Gael su cinta sería bazofia. ¿Guillermo Arriaga? Dió clases en la ibero, por favor, qué podemos esperar del maestro de las creadoras de Cuando me enamoro se detiene el tiempo, en serio les dió clases. María Novaro, el resto, el largo etcétera, ni siquiera existen. Sus películas duran medio día en las carteleras y poco más en las salas. Obtienen -0.5 de audiencia en la televisión. Alguien, entonces, tiene que estar inventando el México actual. Evidentemente, ellos no lo están haciendo.
California. Sony. Fox. Universal. Pixar. Hollywood.
México, D.F. San Ángel. Miramontes.
¿Quién ganará?

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