Dicen que soy comunista

-¿No le parece un poco... "grande" para el papel?-musité en el oído de don Alejandro.
-Ahórrate tus comentarios. María Luisa se queda en la película. Y más te vale que no le hagas ninguna grosería durante el rodaje, porque de lo contrario te corro. ¿Entendiste? Te echo a patadas del set.
Alejandro me volvió a ganar. Siempre estaré infinitamente agradecido con él por la oportunidad que me dio de protagonizar una de sus películas más importantes, pero no me parece que me ponga de pareja a una señora que podría ser mi madre. Eso puede dar al traste con mi carrera. ¿Por qué no toman en cuenta mis opiniones? Creo que tengo derecho a escoger a mis parejas cinematográficas. ¡Ya basta de que todo el mundo decida con quién tengo que besuquearme! Antes era mi madre y ahora este cabrón.
-Entonces... ¡renuncio! ¿No me oíste? ¡Renuncio! No quiero a María Luisa en mi película. La gente paga por verme a mí, no a esa prófuga de la pelea pasada.
-¿Estás seguro de lo que estás diciendo? Mira que no será fácil, pero puedo conseguir a otro actor para que interprete el papel principal de la película. No me vas a salir a estas alturas con estrellismo. Tú no eres nadie, ¿entiendes? Yo te creé.
-Estás mal, hermano. Yo puedo filmar con cualquier otro director y la gente seguirá pagando para verme. En cambio, tú necesitas de mi nombre para levantar tus proyectos. Soy imán de taquilla.
-"Imán de taquilla" Sí, cómo no. ¿Quién te ha metido todas esas ideas en la cabeza? Tienes una película de éxito, y ya te subiste al ladrillo. Eres realmente patético. ¿Por qué no te esfumas? No estoy de humor para tus berrinches.
-No me muevo de aquí hasta que me jures que María Luisa no va en la película.
-¡María Luisa va en la película! Aunque te pese. Y le voy a dar un muy buen crédito además.
-¡Eres un traidor! Yo creía que eras mi amigo. Ahora me doy cuenta de que sólo me has utilizado para encumbrarte...
Alejandro Galindo despertó agitado en la medianoche de esa martes de quincena. Los días de pago le producían pesadillas mucho más realistas que cualquiera de sus pretendidos cuadros de costumbres. Entregado a las llamadas "comedias de tesis" donde la modernidad urbana se entremezclaba con el humor popular y la denuncia social, había escrito un guión "disparejo", según sus propias palabras, al que no esperaba sacarle mucho jugo. La historia se centraba en las aventuras del empleado de una imprenta que, un buen día, recibe la orden de parar las prensas para imprimir el "manifiesto" de un supuesto partido de juventudes revolucionarias de vanguardia. Los líderes del dichoso partido no serían más que delincuentes disfrazados de comunistas. Su lucha en favor del proletariado no sería más que una pantalla para atracar almacenes de alimentos con el siniestro fin de revenderlos a mayor costo en las tiendas de abarrotes de los gachupines. Benito Reyes Zubirán, el protagonista, caería ingenuamente en el garlito de los hampones y contribuiría a saquear las bodegas de los hambreadores del pueblo bueno.
El problema seguía siendo la contraparte femenina, una meserilla de barrio para quien seguían sin encontrar actriz. María Luisa Zea, una actriz veterana, había audicionado cínicamente a sus cuarenta para el papel de la mesera veinteañera. El productor de los Churubusco estaba encantado con las chambitas que la señora le había hecho en sus oficinas y le había exigido firmarla como coestrella, pero don Alejandro no estaba tan seguro de que la pareja con Adalberto funcionaría como él esperaba. El personaje femenino había sido concebido como una muchacha frágil e inocente, trabajadora, honesta y capaz de ganar un concurso de belleza entre una pléyade de meseras de la ciudad más populosa del mundo. María Luisa seguía siendo muy bella, no podía negarlo, y debía ser muy complaciente en la cama, pero su tipo de cabaretera ajada no encajaba con el perfil de dama joven para Resortes.
El primer día de filmación, Alejandro Galindo llegó más temprano de lo habitual. Era un obseso perfeccionista y abominaba de cualquier detalle que pudiera perjudicar sus producciones. Estaba hasta el copete de que los críticos malinchistas le criticaran hasta los extras mientras se deshacían en halagos para las cintas extranjeras. Él les demostraría que en México se podía filmar cine de alta calidad sin derrochar fortunas en presupuestos como en los estudios gringos.
-¿Qué cree, don Alejandro? Le tengo noticias. Ya encontramos a la actriz. Es sensacional, perfecta, chula de bonita. Pero hay un problema. El productor sigue insistiendo con que quiere a María Luisa. ¿Qué hacemos?
-No te preocupes. Yo hablaré con él.
Alejandro llegó con paso enérgico hasta la oficina del productor. Ya era hora de que su voz se hiciera escuchar entre aquel nido de mercaderes del cine. No volverían a imponerle una actriz en su vida o dejaba de llamarse Alejandro. Provenía de una tierra de hombres de palabra y no sería el primero de su estirpe en dejar de cumplir un juramento.
-Alejandro, qué bueno que te veo. Te tengo una noticia. Quiero que seas el primero en saberlo.
María Luisa Zea estaba sentada en el escritorio de la oficina como dueña y señora del emporio del río Churubusco.
-¡Felicítame, Alejandro! Vas a trabajar con mi prometida.

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