Fuchi. El mundo apesta

Sospecho que eso de las cabañuelas es el mito más cierto de la historia de la humanidad. Tal vez nadie lo recuerde, pero los primeros días de enero fueron un infierno pluvioso que, según la teoría de las cabañuelas, termaría reproduciéndose durante todo el año. Ha vuelto a llover de forma infamante y yo, así, no puedo salir de mi casa. Necesito un impermebale. Me urge un impermeable, porque si los festejos del Bicentenario, que planeo reseñar aquí, van a estar pasados por agua, prefiero una y mil veces verlos por televisión.
Raíces, la película de Benito Alazraki basada en los cuentos de El diosero, de Francisco Rojas González, contiene una joya de la idiosincrasia nacional. El capítulo o episodio denominado "El tuerto" cuenta la historia de un pobre y pusilánime niño yucateco que tuvo la desgracia de quedarse tuerto. Los niños de su edad lo desprecian y se burlan de él, además de endilgarle supuestas maldiciones debido a su condición de tuerto; pero eso es normal, porque los niños, según la madre del minusválido, quien funge como narradora del episodio, son crueles por naturaleza. Corrijo, los niños de "El tuerto" no son crueles, son unos hijos de su chingada madre. Lo patean entre un montón y, todavía, uno de ellos tiene la desfachatez de culparlo por sus malas calificaciones, quesque porque su ojo inútil trae mala suerte. ¡Miserable! Pero la importancia de la historia, creo, radica justamente en que nuestro héroe tuerto es un paria en el país de los no-ciegos pero sí-ojetes. La madre busca deseperadamente un remedio para el mal de su hijo a través de la oración y la penitencia; en una de ésas, un menso le sugiere ir a visitar a los Santos Reyes Magos de Tzimini (supongo que así se escribe) para solicitarles el milagrito. Y ahí van, sin plata ni acero, a ver a los méndigos reyezuelos, quienes, puntualmente, cumplen lo convenido: el niño deja de ser tuerto para convertirse en un pobre ciego del que, según la madre, ya nadie se va a burlar. El final nos conduce, me conduce, a una interesante y sabrosa reflexión: en México, en el mundo entero, en un diario se puede generalizar sin falsos pudores, la sociedad excluye a los diferentes, los aisla, los condena a un ostracismo insalubre, los desprecia; ser tuerto es peor que ser ciego porque es menos común, aunque con un solo ojo, el niño podía valerse por sí mismo; siendo un Hipólito más, la sociedad, esa mugre en el retrete del universo, lo compadece por el simple hecho de ser un inválido. Lo dicho. El mundo apesta.

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