LOS DIÁLOGOS EN EL CINE MEXICANO

Los diálogos de las películas son parte esencial de la literatura de una lengua. ¿Qué sería de la lengua de Shakespeare sin los clásicos de Hollywood? Sin duda quedaría un tanto mutilada. La lengua de Cervantes, por su parte, ¿sería lo mismo sin el verbo cantinflear?

El cine mexicano le debe gran parte de su éxito a la capacidad de los escritores de diálogos, que no siempre reciben el crédito que merecen, y la mayoría de las veces trabajan por encargo, en colaboración con el autor del guion, como si los diálogos no fueran la columna vertebral del argumento. Las acciones de los personajes son previsibles, los giros dramáticos de la historia no suelen sorprender a nadie, pero un diálogo picante, una frase dicha en el tono justo, un insulto insertado en el momento preciso, refrescan la obra cinematográfica al grado de darle todo su sentido. 

En el cine mexicano de la época de oro, los diálogos son mucho más que un refuerzo de la acción dramática, son vehículo de ideas y de cultura. Nuestra idiosincrasia se deja ver no sólo en la vestimenta o el escenario donde transcurren los acontecimientos, sino en las formas de hablar de los personajes. Gracias a la eficacia de los diálogos en dichas cintas, podríamos reconocer la situación social del personaje con los ojos cerrados. 

Con frecuencia, las películas mexicanas de la época desarrollaron ambientes rurales y citadinos, con un cuidado especial en reproducir el habla correspondiente al entorno. Como ejemplos paradigmáticos de cada uno de esos ambientes, podríamos citar María Candelaria, de Emilio Fernández, y Nosotros los pobres, de Ismael Rodríguez.

En todas ellas hay una intención no solo de reproducir el habla popular de los personajes, sino una intención de estilo. Hay una estilización del lenguaje. Nadie nunca ha hablado exactamente como hablan Pepe el Toro y Lorenzo Rafael, lo que escuchamos es una recreación del habla típica del personaje al que representan, con la intención de provocar un efecto en el espectador. La recreación no solo contribuye a la verosimilitud del relato sino también a la creación de un universo lingüístico y, por ende, literario.

Tal es el caso de las películas de Julio Bracho, donde el diálogo es parte integral de la experiencia estética que produce el conjunto. Seguramente ningún individuo de la clase media mexicana, por muy letrado que fuera, ha hablado nunca como hablan los personajes interpretados por Arturo de Córdoba, pero la intención del autor no es reproducir fielmente el habla coloquial del personaje, sino crear un código lingüístico.  Las películas de Bracho se caracterizan por una notable belleza formal. La fotografía, los movimientos de cámara, la ubicación de los actores, todo parece fríamente calculado, incluido el diálogo. No es casualidad que uno de sus colaboradores en ese rubro haya sido nada menos que Xavier Villaurrutia, uno de los poetas más importantes de la historia de nuestra lengua.

Es de todos conocido que los integrantes de la generación de Los Contemporáneos cultivaron un sinnúmero de disciplinas artísticas, dentro de las cuales el teatro tuvo una importancia fundamental. El teatro de Villaurrutia está muy emparentado con el cine de Julio Bracho. En ambos, el diálogo y la puesta en escena buscan crear una atmósfera más que reproducir con exactitud un ambiente conocido. Evidentemente los personajes emplean palabras comunes, dan las gracias y giran instrucciones, pero en ciertos momentos también se expresan por medio de frases como esta, proveniente de la película Crepúsculo:"No te quedes en la luz. Ven un momento a la sombra." Con dichas palabras, la protagonista busca propiciar un encuentro clandestino, arrastrar al doctor Alejandro Mangino a la zona de sombra, el territorio de lo prohibido.  

Otra frase memorable de las películas de Bracho es recitada por Pedro Armendáriz en la película Distinto amanecer. Octavio y Julieta encuentran un momento de paz en medio de la turbulencia cuando la orquesta del cabaret Tabú se prepara para acompañar a la cantante Ana María González en la interpretación de un conocido tema de Agustín Lara. En esa especie de ojo del huracán, el protagonista recupera su amor por Julieta con estas palabras: "Los hombres no hacemos otra cosa que perseguir a través de todas las mujeres a la primera mujer que deseamos, y que no tuvimos." Octavio descubre así que su amor por Julieta no es cosa del pasado, que sigue tan vivo como ellos dos en esa pista de baile.

Estos son solo algunos ejemplos de la calidad literaria de los diálogos en el cine nacional. Seguramente si excavamos un poco en esas obras históricas podemos encontrar una veta inagotable de fuentes tan dignas de atención y estudio como la literatura tradicional y canónica. 

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