Maravilla Rivas Cacho

Una de la tarde con quince minutos: Maravilla Rivas Cacho acostumbra llegar un poco retrasada a su clase de las doce. Las sesiones con su analista la dejan muerta y, en las madrugadas, la ansiedad la saca de la cama para abandonarla en la lectura hasta que Dios amanece y su marido le repite: Maravilla, vete a acostar. Como siempre, soy el único imbécil que se quedó a esperarla. Todavía recuerdo con orgullo la tarde en que llegó al cinco para las dos y me encontró apostado estoicamente en mi pupitre: el pasillo central de la Facultad de Filosofía y Letras se encontraba totalmente abarrotado, caminábamos a vuelta de rueda mandando besos y fingiendo sonrisas para los conocidos a los que no nos daba gusto volver a ver. De entre la masa informe de rostros desconocidos o irritantes, sólo uno tenía la capacidad de amargarle la semana entera a Maravilla.
Se conocieron durante una conferencia en la Feria del Libro de Minería donde sus contertulios la tildaron de reaccionaria frente a las cámaras. Maravilla, tan de izquierda, tan progresista ella, no pudo quedarse callada y arremetió contra la vida sexual de los famosos marxistas, postrándolos un par de largas horas en el baño de palacio. El doctor Morelos Xicoténcatl había asistido a la conferencia casi por casualidad, atraído por las piernas de una de las ponentes. -¿Cómo supiste que ese par son amantes?- le preguntó. -Mi mejor amiga andaba con uno de ellos cuando los descubrió amándose en su propia casa. -¡Qué horror!- Morelos se carcajeó como un condenado. -Te conozco a ti también. Anduviste con mi hermana.-replicó. – ¿Maravilla? ¿En serio eres tú? La última vez que te vi eras una chiquilla de tobilleras.
-No volvimos a vernos hasta que regresé de Estados Unidos –dijo Maravilla, mientras una gigantesca pizza de champiñones resplandecía en sus ojos negros. Me había invitado a comer con ella como premio a mi paciencia de hagiografía. Según sus propias palabras, no solía revelar intimidades en público, pero el desafortunado encuentro con su némesis abrió nuevamente las cicatrices de una vieja historia de amor. Para ser sincero, ya estaba harto de convertirme en oreja para las cuitas amorosas, pero la más elemental cortesía no me dejaba más remedio que escuchar: El doctor Morelos nunca debió retroceder en el tiempo de su agenda telefónica para buscar el número de las hermanas Rivas Cacho. ¿Qué buscaba un hombre comprometido como él en la enmarañada cabellera de Maravilla?
Maravilla se convirtió entonces en un bombardero de recuerdos: sobreviví a las primeras semanas de su relación, cuando Morelos todavía disimulaba sus verdaderas intenciones; según ella, el doctor había diseñado toda una estrategia militar para causar la capitulación de un enemigo, pero Maravilla nunca pudo darse cuenta de que ella no era el blanco de los torpedos. Siempre naif, se sintió halagada con la sola idea de erigirse en quintaesencia de la mujer fatal: sus encantos eran tales que hasta un catedrático de la universidad, para colmo ex novio de su hermana, había caído rendido a sus plantas desde la primera cita. Sin duda, Morelos se dejó llevar por sus impulsos cuando decidió conquistar a Maravilla, pero flirtear con la novelista no significaba para nada algo parecido a un sacrificio. Maravilla es una belleza criolla, algo escurrida para mi gusto, pero con unas piernas marmóreas que debieron noquear la conciencia del maestro. Si a veinticinco años de lo ocurrido la maestra sigue despertando la libido de algunos incautos como yo, no me puedo imaginar la revolución hormonal acaecida en el vientre del doctor Morelos a principios de los años ochenta.
Maravilla se fue de la lengua bien y bonito durante nuestro coloquio. Nunca me hubiera imaginado penetrar tan a fondo en el acervo sentimental de un maestro. Quizá la verborrea de Maravilla no fuera de mi incumbencia, pero sus piernas lo eran sin duda alguna. Maravilla Rivas Cacho se parecía demasiado a las mujeres que habitaban mis sueños de alcoba, pero yo no podía romper la cuarta pared del aula universitaria: nuestra tarde de juerga en Benedetti´s Pizza no implicaba ni mucho menos una invitación para romperla; si acaso, apenas un presagio, un ligero asomo de las pasiones a las que se podía entregar una mujer cuando una prohibición estaba de por medio. Maravilla tenía vedado el corazón de Morelos por el simple hecho de que le había pertenecido a su hermana, pero el amor es un engendro desobediente que siempre mete las manos donde no se debe.


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