Guadalupe Santiago


La mañana dominical en que Guadalupe Santiago regresó a nuestras vidas, el ala carroñera de la familia Beltrán se disponía, fiel a sus viciosas costumbres, a devorar gentes después del almuerzo. Las almas sensibles, mientras tanto, implorábamos a todos los dioses salir ilesos del desolladero. En ese momento, Guadalupe se me apareció en el zaguán con una enorme bolsa de mandado. Traía guaraches y una ceñida blusa sin mangas que me dejó sin aliento. Había regresado a la casa de su madre después de veinticinco años de hacer su vida en el norte de la ciudad y lo primero que se le ocurrió fue visitar a sus viejas amigas.
Su comadre Emma Roldán había sido especialmente despreciada por su memoria, pero ese olvido era completamente arbitrario. Se conocían de cuarenta años atrás, cuando su comadre llegó a la ciudad de México para alojarse en la casa de un hermano mayor. Guadalupe no había puesto un pie en la adolescencia, cuando, a pesar de que Semita ya era una joven señora divorciada, trabaron una sólida amistad fundada en la agitada vida sentimental de mi abuelita: su tormentoso romance con un hombre veinte años mayor alimentaba la romántica imaginación de Guadalupe, quien, espectadora privilegiada de un melodrama de carne y hueso, no vaciló en volverse cómplice de la sufrida protagonista.
Entre abrazos y lloros, Emma y Guadalupe se sentaron a la mesa. La insaciable familia Beltrán vio en el reencuentro espiritual de dos almas gemelas una vil oportunidad para atascarse otra vez. Durante la sobremesa, me enteré de que el primer marido de Guadalupe había muerto hacía casi treinta años. Nuestra conversación se tornaba más íntima en la medida en que mis parientes se levantaban del comedor para evitar la narración de tan insignificante vida. Incluso mi abuelita me abandonó a mi suerte entre la palabrería sin fin de su comadre. Guadalupe fingía indiferencia ante las constantes deserciones y se aferraba a mi curiosidad con agradecimiento. La buena mujer no sospechaba las malsanas intenciones que ocultaba detrás de una charla amena en la que me interesaba por la vida y milagros de sus cuatro hijos varones: mi timidez con las mujeres comenzó a parecerme ridícula a raíz de los relatos pornográficos de Pompis Osorio. ¿Qué recónditos deseos despertaban las nalgas de mi primo, que las mías no pudieran al menos igualar con sólo asomarse al mundo? Guadalupe vino a engrosar una larga lista de candidatas que sucumbiría ante sus credenciales.
-Eres la niña de sus ojos, ¿verdad?- Guadalupe señaló a mi abuela con esa mirada risueña que la caracteriza.
-No se crea. Semita sólo se quiere a sí misma.
-¿Cómo crees? Mi comadre adora a su familia.
Pompis se acercó a la mesa para fastidiarme. A eso se dedican las ladillas como él. Su presencia me recordó que estaba tratando de ligarme a la comadre de nuestra abuela, pero ¿a quién le importaba? La remota posibilidad de tirarme a esa bestia de chocolate macizo acabó con lo que me quedaba de vergüenza.
-Es que estoy desesperado. La vida está tratando de convencerme de que el amor no existe, ¿usted qué cree?
-Ten paciencia. Algún día conocerás a la niña de tus sueños.
-Eso no es cierto, Guadalupe. Perdóneme que se lo diga, pero yo ya no tengo remedio. La dolorosa experiencia que sufrí cuando era un adolescente me amargó para toda la vida- Guadalupe sonreía. Supongo que le causaba gracia que hablara como un cascarrabias a los veintidós años.
-Es que usted no sabe. Me enamoré perdidamente de una maestra de la secundaria…
-Eso suele pasar...
-Pero mi maestra era ya vieja, le digo, y ni siquiera estaba tan bonita como usted.-Guadalupe dejó de reírse y me miró directamente a los ojos.
-Mira, así como me ves, he tenido muchos pretendientes más jóvenes que yo; pero la verdad, a estas alturas, me daría vergüenza andar con un jovencito.
-Aistá, me ha dado la razón.
-Bueno. No pierdas las esperanzas de hallar una mujer que te siga la corriente.
-¿Usted realmente cree que una mujer madura se fijaría en un badulaque como yo?
-Uy, mijito. Si vieras la de casos que conozco. Eso es mucho más común de lo que tú piensas.





Comentarios

Entradas populares