"La musa mercenaria"

Maravilla Rivas Cacho pretende abrir una lata de chiles. Obviamente se corta. Con los dedos heridos, intenta quebrar un huevo en el lavabo. Vuelve a fracasar. En realidad, no soy tan mala en la cocina. Algo me está pasando, pero no me preguntes qué. Ni yo ni mi psiquiatra nos arriesgaríamos a un diagnóstico. ¿A quién quiero engañar? Lo mío es la literatura. No voy a renunciar a mi vocación por carecer de cocinera. Algún día encontraré otra maestra del arte culinario como la que hemos perdido, aunque la barriga de mi marido siga extrañando el sazón de la otra hasta la muerte. No me preocuparé más por su alimentación. Que pidan comida china. No puedo permanecer ni un segundo más en esta cocina. La página en blanco me espera.
Será mejor abrir con una escena en la playa: diálogos subversivos que escandalicen a las amigas de mi madre. Ellas no se pierden ni una telenovela. ¿Qué tal una playa nudista? Mario me persigue, con la greña alborotada, por toda la costa. Narrar los funerales de su pájaro despertaría el morbo de los lectores, la mayoría amigos comunes, que de inmediato le preguntarían si es verdad que padece disfunción eréctil. Siempre han sido especialmente crueles con nosotros, pero yo no tengo la culpa de que los tecnócratas priistas me nombraran directora de literatura en el Instituto cuando regresamos de los Estados Unidos. Es mentira que me casé con Mario para obtener ese puesto. Sus amigos en el partido no tuvieron nada que ver en mi designación.
Querida, recuerda que debes evitar las digresiones, sobre todo si se relacionan con tu vida íntima. No estás escribiendo otra de esas apasionantes novelas sobre los años sesenta. Esto es una telenovela. Tienes que apegarte a los cartabones del melodrama clásico. No, me niego, yo no voy a seguir tejiendo sobre lo mismo. Tengo entre manos una historia nueva. La triste historia de una jovencita enamorada de su profesor. No me mires con esos ojos. Pienso darle un tratamiento distinto. ¿Quieres que enumere los argumentos de telenovela que parten de esa misma premisa? No, no quiero. Quiero que te largues. Nunca me dejas trabajar en paz. Siempre vienes a atormentarme con tus tonterías. No he visto ninguna de esas telenovelas que te obsesionan. No voy a plagiarlas si es eso lo que te preocupa. Me preocupa tu reputación, querida, pero no es para que te pongas así. Te desconozco. Nunca habías reaccionado de esa manera. Tienes razón, perdóname. No fue mi intención lastimarte. ¿De verdad no quieres que te cuente mi idea?
Lucía es una bella estudiante de literatura enamorada de un apuesto profesor de la Facultad… Nadie va a aprobar eso… Un día, la culta muchachita, que ha pasado la mañana trabajando para colaborar con los gastos de su casa, se queda dormida sobre un libro en la biblioteca… ¿Qué demonios?... Sus malévolos compañeritos se burlan de ella. La consideran una señorita burguesa porque ignoran que trabaja para mantener a su familia. Ellos, en cambio, son perversos cerebros ideologizados: acuden a marchas, celebran mítines, han acuñado la espantosa frase “2 de octubre no se olvida”… ¿De qué época estamos hablando?... Rechazada por tales lumbreras del pensamiento marxista, Lucía corre por los pasillos de la Facultad en busca de consuelo. Sergio, el varonil Sergio Fernández, la espera como una estatua en el final del camino para tropezarse con ella fatalmente… ¿Sergio?... Llevo horas engañándome frente a la hoja en blanco, y, cuando al fin los hados han conspirado a favor de mi pluma, los esfínteres me traicionan traperamente: Querida, ¿me dejarías ir al tocador? ¡No te vayas! Oye, ven. Lo dije de broma. Regresa, maldita musa. Mereces que te trate a palos. ¡Engreída, libidinosa, sólo te vienes a asomar a mi escote! Claro, debí suponer que eras lesbiana.

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