"Teléfono descompuesto"

La maestra te ofreció la mano y te tomaste atribuciones de marido golpeador. Desde que comenzaste a checarla por teléfono, el acoso desalojó la casa de lo admisible. En la escuela, contabas los minutos para verla llegar y te alterabas hasta el pánico cuando se retrasaba. Ella trataba de dorarte la píldora, como a Martín Peregrino. En su curso anual de pedagogía desaconsejaban con vehemencia mandarlos a ambos por un tubo, como era su deseo. Su relación contigo, sin embargo, adolecía de una agravante: se sentía culpable de que te hubieras enamorado de ella. Tú diaria imprudencia telefónica sólo contribuyó a reforzar viles rumores. La maestra anda con alguien, decían las maliciosas vecinas, los amigos maloras. Nunca supiste a qué santo le colgaban el milagrito, ni cómo nació el chisme de que la maestra Pilar tenía un amante. Hubiera sido gracioso pensar que tus frecuentes visitas levantaran las sospechas. Tienes razón. No venían por ese camino. Era un misterio, un enigma sobado en toda vida matrimonial. Por alguna razón, la gente decente siempre duda de la fidelidad de las mujeres que trabajan. Debiste suponerlo. Algo andaba mal desde entonces.
-¿Martín? Ay, por favor, pero si es como un niño de biberón.
-No importa. Yo sé que lo quiere más a él
-…
-¿Maestra? Quiero que me diga la verdad.
-Oye, ahorita no puedo hablar de eso.
-¿Por qué? ¿Qué pasa?
-Mí… mí…
-¿Quién?
-Mimí…

Durante las semanas del mentado curso, te volviste loco. Llamabas todas las noches para asegurarte de que había llegado con bien, pero el primer viernes de abril, a las ocho y media de la noche, te salieron con que todavía no llegaba. Angustia, mucha angustia. Dos días antes habías vuelto a montar una de tus escenas. Era tu cumpleaños y, oh crimen contra el amor, la maestra no se acordó. No sabías que el vecindario entero la traía en salsa, cuchicheando por todos los rincones que le había puesto los cuernos a su viejo. Estabas muy ofendido como para dirigirle la palabra. Por eso, el viernes a las diez, en cuanto terminó La usurpadora, consideraste prudente volver a llamar para tranquilizar tu conciencia. Dios no lo quisiera y hubiera sufrido algún accidente.
-¿Dónde anda? Me ha tenido todo el día con el pendiente.
-Estoy bien. Gracias. Acabo de llegar.
-Y yo aquí, sufriendo por usted….
-No sufras. Ya llegué…
-¡Hija de tu puta madre, cuélgale…
-¡Cuelga, Aldo, cuelga…
-…a ese pendejo!
-… por favor!

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