"Distinto amanecer"

Aldo Pereira solía recorrer el camino de Tlalpan al Centro en el metro. Se sentía más cómodo entre la muchedumbre y el anonimato abúlico que entre las protestas y desmanes de la prepa. El viaje le amansaba el espíritu. Se sentía libre, en paz. Cuando llegó el último año del milenio, ya tenía por costumbre salir a recorrer la ciudad con el pretexto de la escuela. No se pararía por la prepa hasta un año después. La huelga lo salvó de ofrecer muchas explicaciones a su madre.
En sus correrías, Aldo se quedaba mirando durante horas una antigua casa junto a la estación de la Villa de Cortés. La suponía más longeva de lo que era y, antes de que fuera demolida para construir un infecto estacionamiento, la eligió como el escenario de sus delirios. Se imaginó una historia donde madre e hija, embrutecidas por la pasión, se disputaban el amor de un prófugo. En cada señora que salía de los vagones, adivinaba a las protagonistas no sólo de sus culebrones, sino de su propia vida.
El ocio lo convirtió paulatinamente en un cinéfilo empedernido. Con la preparatoria cerrada por tiempo indefinido, ya no era necesario matar todas las tardes en la calle. A veces se pasaba toda una jornada frente al canal de películas mexicanas. Una de ellas, su favorita, le reveló en unas cuantas frases, el destino al que estaba condenado: “Los hombres no hacemos sino buscar en todas las mujeres aquélla a la que amamos por primera vez y que no tuvimos.”
Canal de Garay, mayo de 2010.

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