XI

No debiste venir. Sabes perfectamente que estas reuniones te alteran. A veces, con demasiada frecuencia diría yo, las mujeres podemos representar la peor compañía para otras mujeres. En tu caso, esto es normal, siempre te has sentido extrañamente indispuesta al cotilleo femenino. ¿Quién obliga a una mujeres a creerse amigas de las otras? Sólo una falsa solidaridad que se cura con los años. Ahora, ¡arréglate! Traes el cabello hecho un desastre. ¿Acaso quieres que esas arañas te coman viva? Si de por sí no te tragan gracias a tu supuesta felicidad. Están convencidas de que tu matrimonio duerme en un lecho de rosas, y por supuesto que no vamos a desengañarlas. ¡No está de más que sufran un poquito! Aún así, no harías mal en inventarle algún infortunio pasajero a esta monotonía sin tregua en que se ha convertido tu matrimonio. No te vendría mal decir, de repente, que Mario se ha vuelto un hombre muy ocupado, que las conversaciones más largas entre ustedes tienen un teléfono de por medio, que llega, cansado del sufrimiento ajeno, a cenar silenciosamente en la cocina, que lo amas, en fin, pero que la suerte de la esposa de un médico no se la recetarías ni a tu peor enemiga. Cuando digas esto, es muy importante que no olvides dirigir timidamente tu mirada hacia los ojos alcohólicos de Estella. Ambas sabemos que esa mujer te odia sin razón aparente. ¡Démosle motivos para sentirse correspondida!

No, por favor, que ni se te ocurra comprar el periódico otra vez. ¿Quieres parecer una machorra como ellas? Date a respetar y compra el Tele Guía. Cuida el estilo. Parece que tú y Marissa son las únicas señoras respetables en esa cofradía de señores con faldas. ¿Ya no te acuerdas de su indignante emoción ante el anuncio de que las mujeres por fin podrían votar en las próximas elecciones? ¿Qué sigue? ¿Una mujer presidente? No estoy segura de que seamos capaces de gobernar un país. Por favor, ¿a quién queremos engañar? Tú, por ejemplo, no eres capaz de mandar ni en tu propia vida. Aunque, pensándolo bien, revisando a conciencia lo que ha sido tu biografía, eres bastante buena para cumplir la voluntad de los otros. ¿No es eso acaso la política? Tienes razón. Tú y yo sabemos que la política no se trata de eso. La política es el arte de madrugar. Y lo que es a ti, siempre te acaban madrugando. ¡Ay, no me hagas esas caras, Mimí! Sabes muy bien a lo que me refiero. No te me hagas la ofendida a estas alturas. ¡Esa pose de dignidad ya no te queda!

-¡Mimí, querida! ¿Cómo te va? ¿Cómo está Mario?

Afortunadamente, lejos de tus asquerosas garras, alimañana inmunda, serpiente de lengua afilada, ¡mancha voraz!...

-¡Salúdamelo mucho!

-¡De tu parte, querida!

¡Cómo no, maldita robamaridos, corriendo vamos a ir a darle tus saludos! Como vuelvas a ver a esta mujerzuela, finge demencia, incluso es preferible que te regreses a comprar el periódico. "Salúdamelo mucho". ¡Eres tú quien debería mandarle saludos a toda su familia!

-¡Ay, Mimí! Te estábamos esperando. No sabes lo que pasó. Fernanda, nuestra Fernanda, se quiere divorciar de su marido.

¿Ya ves? ¡Te lo dije! No debiste haber venido. Estas mujeres sólo te producen insomnio; pero no le hagas caso a esta chismosa. ¿Divorcio? Esa palabra no existe en tu vocabulario. Lo sabes. es tarde para intentar un movimiento. Tuviste la oportunidad de controlar tu destino en el pasado, pero no la aprovechaste. No me vengas ahora con...

-¿Te acuerdas de que se lo dije? Ése hombre es un méndigo, le dije, pero no me quisieron creer. He ahí las consecuencias: tiene otra señora, más joven, por supuesto, y la tiene viviendo en un departamentazo en Polanco.

¿Te das cuenta, mimí? Tú no tienes un pretexto como ése. Tu dignidad no ha sido mancillada por un infiel. Admítelo, mamacita, estás condenada a tu doctor para toda la vida. ¡Es tan noble! Él jamás te traicionaría. Tienes tan mala suerte que te tocó casarte, sin amor, con el único hombre leal que queda sobre la tierra.

-Marissa, ¿estás segura de lo que estás diciendo?

-Completamente. ¡Pobre Fernanda! La hubieras visto cuando llegó. No la calienta ni el sol. ¡Y cómo no, si gracias a ella ese desgraciado ha subido como la espuma en el gobierno y se puede dar esos lujos de jeque árabe. Sin el apellido de Fernanda, el muy rufián no tendría, a estas alturas, ni la cuarta parte de lo que...

¡Ya basta! Deja de hablar con esta cotorra. Fernanda te necesita. Ella es la única que te ha demostrado ser una verdadera amiga. Es más. Me parece muy extraño que no te lo haya dicho antes.

-Me acabo de enterar. Quise llamarte de inmediato, pero ya habías salido de tu casa. Me acordé de que sales muy temprano a ver a tu mamá.

-Pero, ¿cómo te enteraste?

-Esa es la peor parte del asunto. Si hubiera recibido llamadas anónimas, si me hubieran venido con el chisme, como tantas otras veces, yo no habría hecho caso... pero me los encontré de compras. El muy cínico, el muy imbécil, se la llevó a ajuarearse al mismo lugar a donde me compro la ropa. ¡Los vi besándose en el estacionamiento!

Déjala que llore. Es la rabia, la impotencia, la vergüenza de saberse engañada, humillada por un hombre. Fernanda siempre ha sido autosuficiente. No necesita de un hombre para vivir, pero esa afrenta pública no se le hace a una mujer como ella. ¡Se la cobrará muy caro!

-Es que si ustedes hubieran visto a esa mujer, tan vulgar, tan...

-Parece que de tanto hablar pestes contra esas mujeres en las novelas, ahora se están desquitando con nosotras en la vida real.

-Por favor, Estella, ¡no seas estúpida!

¡Mimí, qué demonios te está pasando! No puedes reaccionar así. Te desconozco. Nunca habías olvidado la educación, los valores que te inculcó tu madre y que tú tanto idolatras. ¿Cómo es posible que te hayas atrevido a insultar así a una compañera de trabajo? ¡Por favor, discúlpate!

-No te preocupes, querida. ¡Eso nos pasa por confiar en los hombres! En este mundo, no hay un solo hombre de fiar.

-¡Cómo que no! El marido de Mimí. Ése sí que es un caballero, un hombre en toda la extensión de la palabra. Si no es así, que lo diga ella. Mimí, ¿alguna vez Mario te ha faltado?

-Muchachas, no es el momento de hablar de esas cosas.

Ni lo sueñes, Mimí. Mario no se está acostando con otra. Eso quisieras: que te engañara, que te diera un pretexto para poder hacer con tu vida lo que tú quieras, que te dejara las puertas abiertas para ir en busca del verdadero amor; pero, señoras, seamos honestas, ni siquiera nosotras nos podemos tragar el cuento de que el amor verdadero existe.

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