IX


San Juan de Letrán nunca termina. Ya desde entonces era una calle que se negaba a morir en algún lugar. Los transeúntes no eran más que burdos espectadores de la sobada modernidad, pero ellos no eran modernos. Mimí Bechelani había abordado un taxi en la colonia Santa María la Ribera, en una de cuyas residencias, la marcada con el número 43, su madre convalecía de una operación, para llegar lo más rápido posible a la calle de Ayuntamiento en el Centro de la ciudad, donde el productor de la primera radionovela en la que participaba como autora principal la esperaba con impaciencia de primerizo. ¿En dónde se había metido esa mujer extraña, de ojos enormes y oscurecidos, que le tenía comido el seso desde hacía algunos días? No era especialmente guapa, no, al menos, para él, un hombre acostumbrado a merendarse manjares mucho más suculentos; pero Mimí poseía un don del que la mayoría de sus conquistas hasta entonces carecía: la inteligencia. Encontrarse una mujer inteligente en el medio no constituía una tarea sencilla para nadie, mucho menos para un hombre como él, rodeado de hembras para consumo humano. Tampoco él era particularmente brillante, pero ante las emergencias causadas en la radiodifusora por la incipiente efervescencia de la televisión, los productores, en ocasiones, dejaban encargado el changarro con sus herederos, juniors que por su linda cara podían obtener de la noche a la mañana la oportunidad de figurar como productores, locutores o guionistas de programas de radio. ¿Quién pensaba en la calidad? Lo importante era salir al aire a la hora señalada y con las menores fallas posibles. Además, a esas alturas de la industria, decían los jefes, las emisiones se hacían por sí solas, nada más bastaba con que alguien les diera un empujoncito.

Era más de la media, Paco Junior no consumiría su noveno cigarro de la tarde. Se levantaría como bólido de su escritorio improvisado en la espalda de Bruno, el mozo, para pegarle de gritos a la argumentista retrasada que llegaba a la estación tan quitada de la pena.

-¿A dónde andas, hija de mi vida? ¡Llevo horas esperándote aquí como tu idiota!

-Pues ya se hubiera puesto a hacer algo. A lo mejor se le quita. Y por favor, no me grite. Vengo muerta de cansancio y aturdida por el tránsito. El taxista era un zonzo que no tenía ni idea de dónde quedaba la W. ¡Un desastre!

- A ver, trae acá. No me importa la historia de tu vida. Quiero el script y lo quiero ahora. Salimos al aire en 15 minutos. Apenas y da tiempo para que los actores les echen un ojo a los libretos. Pero, ¿qué es esto? ¡A esta letra no le va a entender nadie!

-Es que el taxista se vino por una calle llena de baches. Si antes diga que llegamos. ¡Ya mero nos estrellábamos con un camión en el cruce de Balderas!

-Nos estrellábamos... camión... Balderas... ¿A esto te comprometiste? No tienes ni idea de cómo vamos a quedar de mal con el cliente de la cigarrera... Por cierto, ¿no quieres uno?

-Si me hace favor...

-¿Bruno, dónde quedó mi cajetilla de cigarros? ¡Bruno! ¿Dónde carajos dejé mi cajetilla?

-Señor, vamos al aire en cinco...

-¡Me lleva la fregada! ¿Y mi cajetilla? Eso me pasa por confiar en las mujeres. Y a todo esto, ¿dónde te mestiste, eh? Te anduvimos buscando todo el... ¡A ver, esos merolicos, o se ponen a ensayar en serio o me los trueno a todos! ¡Ya me tienen hasta la coronilla!

-Oiga, don Paco, no puede usted tratarlos así. Los actores no están acostumbrados a las groserías.

-¡Pues que se vayan acostumbrando! Las cosas van a ser muy distintas en este estudio de ahora en adelante.

-Mimí, yo te respeto mucho, pero tú mejor que nadie conoces mi trayectoria. Si estoy en esta novela es por ti, para hacerte un favor, y la verdad, francamente, con este energúmeno no se puede una concentrar como es debido.

-Emma, te lo suplico. No me dejes a media novela. Emma, no te vayas. ¡Emma!... Bonita la armó, don Paquito. Ahora de pilón hasta sin actriz nos quedamos.

-No le hace. Vas a tener que entrarle al quite. Además, sirve de que diriges porque nadie le está entendiendo a tu letra. ¡Cómo si no existieran las máquinas, Dios mío!

-Don Paco, ¡al aire!

-Aire, aire, aire es lo que voy a necesitar después de esta tarde perros que estoy pasando. ¿Y mi cajetilla, Bruno? Aire, aire es el que te voy a dar si no me la encuentras.

Mimí leyó los textos tratando de imitar lo más posible la voz modulada de Emma Santelmo, la protagonista. Sin embargo, durante la transmisión se le ocurrió que ese personaje requería de una voz menos fingida, menos sufriente que la de Santelmo. Necesitaba la voz de una actriz realmente joven. Una mujer con la juventud vibrándole en la garganta, pero lo suficientemente talentosa como para sostener el peso de un protagónico en radio. Esa mujer acababa de pisar el umbral del estudio. Tenía unos ojos impresionantes a los que opacaba su espeluznante nariz. ¿Quién era esa jovencita risueña, de saltones ojos verdes, que tendría la misma edad que ella cuando se casó con Mario? Había llegado de Tehuacan, Puebla, para estudiar arte dramático en las aulas de la Universidad. ¿Su nombre? Su nombre era lo de menos. Necesitaba escuchar su voz. Esa voz era un requerimiento inclemente de su fuero interno. Mimí necesitaba oír la voz de esa mujer para convencerse de que no era la misma voz que, a todas horas, la atormentaba desde el albañal de su conciencia.

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