Polvo enamorado

En la lejana Rusia decimonónica, Fiodor huía de sus acreedores con la epilepsia en la maleta. El príncipe idiota no tiene nacionalidad. Es una novela eterna. En los burócratas que rodean al héroe nos reflejamos sus lectores, meros zánganos sin memoria que a la menor oportunidad olvidaremos el prodigio de su existencia por unas migajas de bienestar cotidiano; los sucios lectores que, a menudo, olvidamos que la vida está allí adentro, que todo lo exterior es un destello, apenas sutil, de los pantanos de luz que se ocultan en la novela. La novela lo es todo: ningún ser humano puede presumir de haber vivido si no ha leído LA NOVELA, si no conoce a Dostoievsky, el científico de la ficción, el precursor de la tragedia moderna, el narrador más grande de la historia de la humanidad, un narrador poseído por sus historias, pero capaz de ordenarlas hasta el extremo de la perfección; el único hombre sobre la faz de la historia que pergeñaba obras maestras para sobrevivir.
El príncipe idiota es una historia de amor por el hombre. Myshkin es un imbécil porque todavía cree en la humanidad, porque la compadece. La ironía decimonónica del título se ha convertido fatalmente en una sentencia literal. En esta tierra huérfana de héroes, sólo un idiota puede enamorarse de los hombres, de los asesinos. "Los hombres matarán al hombre", vaticinaba Zenón de Elea en la obra negra de Marguerite Yourcenar. Fiodor descubrió la némesis del héroe de nuestros tiempos: la principesca mansedumbre del idiota no se lleva con nuestros héroes criminales, nuestros héroes de acción salpicados de sangre. En nuestro siglo, Rogoshin sería la estrella de la novela, el loco enamorado, el criminal perdido por una pasión gangsteril, enamorado de una mujer fatal nacida en la tundra.
Lejos de la novela policiaca, inventándola apenas, Fiodor perfila un héroe silencioso, un oidor amaestrado por el instinto para sufrir con los demás. La historia del universo le entra por un oído para no salirle nunca por el otro: cuando el príncipe se apasiona, la antigüedad vuelve a escribirse, el cristianismo se gana otra oportunidad sobre la tierra... pero los cristianos volverán a arruinarlo todo, volverán a sentirse superiores, querrán gobernar el mundo nuevamente, se organizarán para matar al hombre, para salvar sus almas del fuego eterno. El éxtasis místico de esos enfermos mentales se transforma en las manos del taumaturgo: el criminal se transfigura en alucinación mística, Rogoshin no es un hombre armado, sino un ángel exterminador, la bendición cristiana sobre los héroes, el premio a la mansedumbre del príncipe idiota.

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