El rosa y el negro

El testamento es una comedia entre el rosa y el negro, entre rojos y catrines, entre mujeres que pueden despedazarse, pero nunca serán capaces de hacerse daño. La madura viuda de un cacique industrial de Tlalmanalco se disputa la herencia del finado con un vejestorio al que llama cuñada: en medio, un enérgico varón de pelo en pecho, adiestrado en la retórica de la lucha de clases, se debate entre los deberes y el deseo.


Josefina Vicens, la escritora, no parece muy femenina en las fotografías disponibles en la red; sin embargo, a juzgar por su filmografía, dominó el universo femenino, como nadie en su tiempo. El discurso de la protagonista ilustra con eficacia el prototipo de la burguesa ociosa y dipsómana; pero lejos de condenarla, la película se entrega a sus encantos, como quien se inclina por la vida en detrimento de la muerte en el claustro matrimonial. La presencia estelar de Anita Blanch como la cuñada castradora y entrometida equilibra la frivolidad y el desparpajo del personaje principal.


Oda a la libertad, sátira contra los caciques de todos los tiempos, El testamento rubricó, además, la carrera de un rostro cinemátográfico. María Elena Marqués cuenta apenas con un par de títulos sobresalientes; sin embargo, su hermosura en extinción, fotografiada en los años setenta, es capaz de redimir, por sí sola, esa larga cadena de petardos cinematográficos que se dedicó a filmar después de La perla. Doña María Elena como Angélica es una venus ajada de inapreciable valor para los gerontofilos del mundo. Gonzalo Martínez Ortega, un cineasta entregado a la narrativa revolucionaria, la rescató del retiro para homenajearla con un personaje que parece diseñado a su medida: una viuda negra en espera del rosa desteñido de la felicidad a destiempo.

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