Ahora que soy libre como antes

Ni te he contado. Doña Socorro se apareció el otro día en la casa de Perla. Al principio me imaginé que le hacía una visita de cortesía, como se le hace un día cualquiera a una vieja amiga. Pero pronto me di cuenta de lo que confirmé después. Doña Socorro no solía visitar la casa de Perla. Su aparición entonces resultaba por demás extraña. 
Llevaba una horrible blusa blanca a través de la cual se transparentaban sus generosas ubres apretadas con crueldad por un sostén que hacía las veces de verdugo. ¡Pobrecitas! Se veían tan indefensas, al borde de la asfixia, suplicando por un poco de libertad. Distraído en aquel hermoso par de prisioneras, dejé de percatarme de que Doña Socorro me miraba con insistencia, como queriendo decirme algo en privado. Fue entonces que aprovechamos la repentina ausencia de Perla para conversar.
-Ya me contó Perla que está muy contenta contigo. Lo has hecho muy bien. Te felicito. Te dije que no te iba a costar ningún trabajo. Perla es una persona muy fácil de tratar.
-No sabe cómo le agradezco que me haya conseguido este empleo, doña Socorrito. Andaba ya en la quinta pregunta... Pero, no se crea. A veces he pensado que esto no es para mí. Más de una vez he estado a punto de renunciar... Si me he detenido ha sido porque, la mera verdad, ya me encariñé con la señora Perla... ¡Es tan buena gente!
-Ni se te ocurra, Aldo... ¿Me oyes?...
Doña Socorro se me acercó como si de contarme un secreto se tratara.
-... Puedes hacer lo que quieras menos renunciar... Perla dejaría de hablarme para siempre... No se te olvide que yo te recomendé.
-Pero, doña Socorro. No me haga esto... Yo soy un intelectual. No puedo rebajarme en este trabajo por mucho tiempo. Tarde o temprano debo de evolucionar.
-Pues no se te ocurra evolucionar en un buen rato. Tú te quedas aquí hasta que Perla te corra, ¿entiendes?... ¡Hasta que te corra!
Sí, pensé lo mismo que tú. Quién se creía Doña Socorro para darme órdenes como si fuera su sirvienta. ¿Se figuraba la señora que por haberme recomendado le debía yo ciega obediencia? Quise sacarla de su error pero en ese momento Perla regresó de su largo viaje hacia el sanitario y entonces mi molestia se quedó en el tintero.
-Y ustedes, ¿qué tanto se secretean, eh?
-Le decía a Aldo que ya me has contado lo contenta que estás con él.
-Es el mejor chofer del mundo. Yo estoy segura de que nació para ser mi chofer.
-¡Hombre, Perlita!... Favor que usted me hace.
-Además se está poniendo muy guapo, ¿no te parece? Más hombre. Esa barbita de días le sienta muy bien.
-Mejor las dejo para que platiquen a gusto.
-No seas ridículo. Sabes bien que contigo no tengo secretos. Te he contado toda mi vida. De pies a cabeza... Es bueno tener empleados de confianza, ¿no te parece, Socorro?... Bueno, tú nunca has tenido servidumbre...
-En casa de mis tíos...
-Sí, querida, pero no es lo mismo... Tú ahí eras una invitada...
-Te equivocas, Perla. Siempre me trataron como una más de sus hijas... Los empleados también.
-Ah, ¿sí?... Entonces podrás entenderme... Aunque ya hace tanto de eso... Éramos unas niñas...
-Me da gusto que le hayas dado trabajo a este muchacho, pero no le cargues mucho la mano... Es joven... Tiene ambiciones... Se te puede ir...
-Aldo sería incapaz de abandonarme, ¿no es cierto, querido?
-Soy el chofer más feliz del mundo, Perlita.
-Bueno, Perla, pero no te confíes. La vida da muchas vueltas...
Sí, yo pensé lo mismo. Hacía unos momentos me había prácticamente amenazado para que me quedara en casa de Perla y ahora se empeñaba en hacerla dudar de mi confiabilidad.
-Habla claro, Socorro. ¿Por qué lo dices?... ¿Le sabes algo? ¿Te estaba diciendo algo hace un momento?... ¿Qué le dijiste, Aldo? ¿Ya no eres feliz aquí?
-¡Cómo puedes decir eso, Perla!
-Lo digo porque Aldo es joven. Y tiene metas en la vida... Aunque no lo parezca.
-Ya hemos hablado de eso. Yo le prometí ayudarle a cumplir todas sus metas. Le voy a presentar a productores, a escritores...
-¡Ay, por favor, Perla! Los productores y escritores que tú conoces ya solo trabajan en las enciclopedias.
-¡Socorro!... ¿Qué estás insinuando?
-No estoy insinuando nada. Te lo estoy diciendo muy claro. Ya estamos viejas... Y dos viejas como nosotras no pueden ofrecerle nada a un jovencito como éste.
-¡Aaayy, Socorro!... Me da mucha pena, pero tengo que pedirte que te retires... Nunca me habían ofendido de esta manera... ¿Cómo puedes pensar que yo quiera nada con un muchachito como Aldo? ¿Te has vuelto loca? ¿En qué estás pensando, eh?... ¿Crees que todas somos unas depravadas como tu hija?
-¡Cómo! Pero es que ¿tú sabes lo de Guadalupe?
-Claro que sí. Aldo me lo contó. Le pregunté cómo te había conocido y soltó toda la sopa.
-¡Ay, Aldo! No te creí tan vil... No te creí tan canalla... ¡Malagradecido!
-No lo tome a mal, doña Socorrito. Son cosas del pasado, cuentos viejos... ¿A quién le importa ya?
-¿Crees tú que voy a permitir que traigas el nombre de mi hija en los labios?... Esto no se lo perdono a nadie... ¡A nadie!
Y así se fue doña Socorro, azotando la puerta y llevándose consigo aquel par de tórtolas en cautiverio. Perla se me quedó mirando fijamente a los ojos. Faltaba su escena para completar el cuadro.
-¿De veras te quieres ir?
-Yo no he dicho que me quiero ir.
-Oí que se lo decías. Los estaba escuchando.
-Perla, es de mala educación escuchar las conversaciones ajenas.
-Te hice una pregunta... ¿Quieres irte? ¿Quieres dejarme?
Ni yo mismo sabía la respuesta. Tal vez la sé, pero me falta valor para decírsela a la cara. Ha sido tan buena conmigo que abandonarla me convertiría en un criminal. Aunque por otro lado, ya he cometido tantos crímenes de esa guisa en mi vida que uno más no haría ninguna diferencia. Quizá ese es mi destino. Ir de mujer en mujer hasta terminar mis días pidiendo limosna afuera de una iglesia. Perla dice que puede dármelo todo pero solo alardea. No tiene tanto dinero como presume. Y por otro lado, yo no quiero su dinero, pero tampoco quiero su amor. Soy feliz hasta donde puede serlo el objeto sexual de una anciana. Pero ya me estoy cansando de este mundo que me he construido donde las mujeres ejercen un poder inmenso sobre mí. Quiero por primera vez en mi vida a una mujer que no me controle. Quiero ser libre, como las palomas en el brassiere de doña Socorro. Pero no estoy seguro de saber cuál es el precio de esa libertad.

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