La otra guerra

I
La sirena de una ambulancia no deja dormir a los desvelados pasajeros de un microbús en alguna de las concurridas calles de México. Los automovilistas fraguan interiormente una rebelión contra la costumbre de ceder  el paso a las emergencias. En los tiempos que corren, viajar in articulo mortis no debería implicar ningún privilegio para nadie. De mala gana, el conductor de un Audi color vino se orilla hacia la orilla para salvar la vida del prójimo. Las letras mexicanas se lo agradecerán eternamente.
II
Viajarás en una ambulancia mexicana, corres hacia la muerte, el tránsito le cedía el paso a tu prematuro cortejo fúnebre. Los periódicos retomarán el tweet de inmediato, la nueva correrá, como tú hacia la muerte, con una celeridad espantosa. Mueres porque debes morir. Mueres porque es la hora de que tu tiempo muera. La política no lo entiende. Las encuestas ignoran que ese tiempo ya pasó; pero el reloj no te perdona, no a ti, no a tu literatura, tampoco a tu mundo, ese México muerto en tus novelas.
III 
Jorge se había negado durante los últimos meses a utilizar cualquier cosa parecida a un smartphone, pero su acompañante no podía vivir ni un minuto sin escuchar el canto del twitter. Todo terminó, Jorge, el maestro está muerto. Las llamadas telefónicas de rigor preceden al pésame oficial. El maestro ha muerto. Mi padre literario ha muerto. Llego a casa, me quitó los calcetines, por alguna extraña razón me estorban los calcetines. No podré dormir.Tampoco puedo regresar a México. No es el momento. Tengo que respirar. Maldito twitter. Hace diez años habría tardado casi un día en enterarme. La zozobra se cocina rápido en los nuevos tiempos.
IV
Le gustó que le tocara el asiento junto a la ventanilla. No necesitaba ventanillas, pero le gustaba mirar el paisaje, la niebla infinita; de pronto, la región más transparente, las fumarolas del Popo. Nada como regresar a casa. Nada tan triste como regresar a esta casa. ¡Mira nada más que tiradero de cadáveres! El cielo está despejado. El clima soleado le hará bien a su salud. Eso espera. Las entrevistas no esperan. Los periodistas pueden esperar, pero tampoco esperan. Las maletas viajaron vacías. Nada que lamentar. Libros, libros y nada más. Palabras extranjeras. Oraciones sin visa de turista. Ese olor tan peculiar de la ciudad de México. No es sólo mugre, no son sólo orines. Es increíble la cantidad de veces que ha salido del país; pero más insensato aún es el hecho de que siempre regrese. No tienes tantas ganas de volver a ver a tus amigos. Faber ya no quiere manejar tu auto, es decir, su auto. Volver a esa casa lluviosa en la calle más bonita de México. Esa palabra, ese mexicanismo sangriento. La guerra es la única verdad en México. No lo sabes, pero a eso has venido Juan, a librar, quizá, la última guerra.
V
Tu muerte no respeta la sintaxis histórica de la literatura mexicana. Has venido a opacar el homenaje a Elena. Te has venido a morir casi en el cumpleaños de Rulfo. La muerte no respeta las efemérides. Haces bien, no rindas pleitesía a tus compañeros. Ellos siempre han sabido que van detrás de ti. Morirás, y hasta en eso les llevarás ventaja; pero, quizá, en el mejor de los casos, no morirás del todo. En eso, estarás solo. Tus compañeros te despedirán. Mario se tomará una copa a tu salud. Gabo ha dejado el mundo. Pronto se reunirá contigo. Julio te espera a cenar. La literatura mexicana también muere. La pobre, se creía inmortal. En el infierno no podrás sufragar como lo hacías en el extranjero. El cielo, recuerda, es para los presidenciables, para los nonatos. Leerás por toda la eternidad. Te acusarán de plagio por los siglos de los siglos. Octavio no te dirigirá la palabra. Bien hará. La revolución mexicana te espera con los brazos abiertos. Tiene un pollito pendiente contigo. Eras el caudillo, el santo patrono de la literatura mexicana. Ellos te escamotearán el título nuevamente. Padecerás a Alfonso. Te reunirás con Revueltas. Te aburrirás. (Siempre te aburres) Buscarás desesperadamente el pabellón de los escritores realmente famosos. Te negarán la entrada. Serás un advenedizo. Nosotros llevamos más de cien años aquí, te explicarán. No esperes colarte por la puerta de servicio. Tendrás que esperar. Ven a sentarte. La espera será larga.



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