Baño de sangre

Los bandidos de Río Frío comienzan a atar sus cabos. Todo está listo para el gran final en el que los villanos recibirán su castigo. No me complace personalmente esta especie de justicia literaria. Las novelas de verdad no les doran la píldora a sus lectores. Me sigo preguntando en qué época está situada la acción. Lo que es seguro es que se trata del ominoso periodo anterior a las leyes de reforma. No estoy seguro pero creo que Manuel Payno escribió estas memorias con la clara intención de recuperar el horror mexicano anterior al juarismo. Los bandidos de Río Frío tiene la clara intención de ser una novela costumbrista, es decir, que retrata los tipos y paisajes nacionales. Payno se muestra como un enamorado de la ciudad lacustre, pero es un amante objetivo. No cae en el elogio fácil ni en comparaciones desmesuradas. Sus descripciones de San Lázaro y del Canal de Chalco tienen la virtud de la mesura, pero Payno no deja de encontrar en ellos sus mejores escenarios, el teatro adecuado para sus personajes.
El escritor siempre busca la objetividad. En principio podría pensarse que los militares reciben un trato preferencial por parte de la novela, pero la aparición de Relumbrón exhibe los defectos de la milicia, que son también los de la burocracia, propensa a ahijar hombres inescrupulosos como Relumbrón o el famoso Bedolla, un leguleyo provinciano capaz de levantar revoluciones mediante la insidia y el chisme de oficina. El único personaje de nobleza insoportable es Juan, el niño perdido que se convierte en un hombre de bien, pero sin voluntad. Juan se cansa de ser bueno y prefiere dejarse llevar por la corriente. La corriente lo lleva nuevamente al heroísmo involuntario. Es un personaje gris que no merece la importancia que se le otorga. Los verdaderos protagonistas de esta obra son Evaristo, Lamparilla y Cecilia; ese triángulo amoroso es el hilo conductor de toda la trama. Los acontecimientos siempre nos llevan hacia ellos. Es notable la manera en que el autor entrecruza sus destinos. Se trata de personajes con plena voluntad y conciencia de sus actos: independientes, ágiles, que abominan de la condición de marionetas que padecen el resto de los protagonistas.
Evaristo es el personaje más fascinante, un criminal desenfrenado que se mueve como pez en el agua en la desastrada república en construcción. La sed de sangre de Evaristo procede del resentimiento. Ahoga su talento como artesano en la sangre de sus crímenes para cobrar venganza de la aristocracia que le ha puesto el pie encima. Hacia el final de la novela se reencuentra en una diligencia con el roto que lo humilló en el pasado en la calle de Plateros. Evaristo es una máquina de matar, una máquina de extraordinaria memoria. Los protagonistas son personajes modernos. Los tres podrían encajar perfectamente en esta sociedad de sanguinarios criminales, de mujeres independientes y de gandules con relaciones en el gobierno. Si Los bandidos de Río Frío no envejecen se debe sobre todo a la fuerza de estos personajes. Payno no era un estlilista. Al menos los bandidos no ofrecen la prosa de un narrador preocupado por el estilo. Su apuro fundamental está en las acciones. Su mérito, en los personajes. 
La novela se nutre principalmente de la nota roja decimonónica. Los crímenes de los bandidos de Río Frío no desmerecen frente a los asesinatos de la hora actual. La sangre recorre la vida independiente de México como una maldición. Sólo las dictaduras ofrecen la ilusión de un país pacífico. La dictadura del PRI, como la de Don Porfirio, ha muerto bañada en sangre, pero los caudillos siempre regresan por sus fueros. Saben que sus súbditos no pueden vivir sin ellos.

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