Púberes romanos

No en pocas ocasiones he querido imaginarme cómo habrá transcurrido la infancia de mis ancestros, desde mis padres hasta mis abuelos. La narrativa en general parece el vehículo ideal para meterse en esos berenjenales, pero estoy absolutamente seguro de que los novelistas mexicanos contemporáneos nunca se interesarán en esas vidas grises y sin chiste. Más allá de que yo lo haga alguna vez (tampoco me dan muchas ganas) lo cierto es que la infancia es despreciada por la narrativa mexicana, que he leído, casi de manera sistemática. La excepción es obvia (Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco) pero no hay mucho más. Seguramente Guillermo Prieto en Memorias de mis tiempos le dedica tiempo a su infancia mercedaria, pero como no he llegado a ese libro (o él no ha llegado a mí) todavía no puedo saberlo. Lo que sí sé es que la pubertad es todavía menos frecuente en literatura que no sea Harry Potter. Sin embargo, Héctor Manjarrez (México, 1945) por alguna razón desconocida e inquietante decidió novelar la edad de la punzada en las figuras de un par de púberes que habitaron la colonia Roma a finales de la década de los cincuenta. No tengo la menor idea de si alguno de ellos representa al propio Manjarrez y no importa saberlo, el punto es que los protagonistas de su más reciente novela Yo te conozco permiten explicar la mentalidad de los integrantes de llamado círculo rojo de Copilco (expresión que le escuché a Tere Vale en Mujeres en el risco, México: Televisión Mexiquense, 2009) “Los romanitos” son niños solitarios pero extrovertidos; por supuesto, asisten a una escuela privada (seguramente el Colegio México), han leído a Kafka y les chifla el asunto espacial. El Sputnik y Laika son parte de su órbita de intereses. Mientras uno de ellos quiere ser un hombre de ciencia cuando sea grande, el otro parece que se va a dedicar a la literatura y está enamorado de su ex chacha. Son hijos de clasemedieros divorciados que trabajan para el servicio exterior mexicano. Ya saben, súper cultos y cosmopolitas.
Manjarrez se inmiscuye en la realidad de los niños sin relacionarla con una supuesta realidad objetiva donde los extraterrestres no existan (claro, tomemos en cuenta que existe Jaime Maussan). Julio, el hermano mayor cree que un marciano vive en la cocina de su casa y Manjarrez nunca comete el error de recordarnos que no es posible. Es posible y hasta cierto. La novela es a ratos conmovedora, aunque dispareja. Yo nunca logré identificarme con esos escuincles insoportablemente snobs, pero Manjarrez tiene el tino de ser fiel al mundo que los rodea. Eso es un mérito. Lo demás, cuando Julio va, en su bici súper cool, a visitar a su primo en la peligrosísima colonia Doctores, es simplemente un momento digno de la mejor literatura sentimental que se haya escrito.

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