III
La Coatlicue espera ansiosa la llegada de sus vástagos a Moon Piramide Inn donde los agasajará con un menú especialmente preparado para ellos. De entrada, criadillas de príncipe tolteca en salsa de borracho y una sopita de corazón en chipotle. Como plato fuerte, una cabeza de guerrero maya para cada uno, con sus respectivas Chelas bien helodias, y de salida, un nuevo postre dietético para el desempance: pastel de chocolate relleno de sesos femeninos o, lo que es lo mismo, sesos light.
A diferencia de sus hermanos, Quetzalcóatl siempre se ha caracterizado por su carácter afable y templado. Gusta de la poesía, épica por supuesto, y es muy contemplativo. Disfruta quedarse en la playa mirando al horizonte. Es tan reservado y fino que sus carnales han llegado a elucubrar no sólo que es adoptado, sino también que es el hijo que dicen que la Coatlicue tuvo con un hombre, además de, por supuesto, que es mayate. Quetzalcóatl ignora las murmuraciones de sus hermanos en el conocimiento de que son unos hijos de puta desde que nacieron y nadie podrá hacerlos cambiar.
Sobre estas y otras cuestiones cavilaba nuestro héroe cuando, incidentalmente, Chil-Aquiles apareció en un bergantín surcando el Golfo de México bajo el sol abrasador de la tarde que declina. Chil-Aquiles posa para la posteridad. La embarcación avanza constante como si conociera muy bien el camino. Nadie rema. Chil-Aquiles no se rebajaría a ser un miserable remero, para eso es un semidiós. La nave avanza por sí sola.
La serpiente emplumada se pone en guardia ante el advenimiento del enemigo. ¿Quién eres tú?, le pregunta. Soy Chil-Aquiles, contesta el argivo, y he venido a por tu choya. ¡Muere!
Con la espada que, centurias más tarde o más temprano, nadie lo sabe, Arthus y los celtas le robaron a la verdadera civilización para acorrientarla y bautizarla como Excaliburrr (cuando en el pasado primigenio y luminoso era, sin más, La Espada) Chil-Aquiles tomó, literalmente, la vida del hijo pródigo del México de ayer y siempre.
(Continuará...)

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