De la antología churrera del cine nacional: "El mexicano feo" de Alfredo B. Crevenna

Si conservas un miligramo de dignidad, no continúes leyendo estas líneas. La siguiente reseña puede causar un daño severo a tus facultades mentales.
Los años ochenta, como todo el mundo sabe, representan la sima de la cinematografía nacional. Nadie sobrevivió realmente a esa década infausta. Raúl Ramírez es uno de los personajes perdidos entre los escombros de aquella época. Nació en la ciudad de México hacia finales de los años veinte. Sus primeros años se han extraviado en la noche de los tiempos, aunque no es difícil imaginar una infancia marcada por la disputa entre los valores tradicionales de la clase media acomodada y la reivindación de las clases populares propia del cardenismo.
Raúl Ramírez desempeñó todos los roles posibles en la industria cinematográfica. Se inició como actor en los albores de la década de los cincuenta con una breve aparición en una cinta llamada Marejada, donde interpreta a un avieso pasante de medicina, claramente la oveja negra de la clase, que se resiste a realizar sus pininos como médico en algún pueblucho de la costa mexicana. Sin embargo, fue su encuentro con el director alemán Alfredo B. Crevenna, hacia mediados de esa década, lo que arrojó no sólo una increíble nominación al Ariel sino, además, el principio de una longeva relación laboral que daría origen a la filmografía de Ramírez como director de cine cutre durante los años ochenta.
El mexicano feo es el título insigne de una de esas tantas colaboraciones entre Ramírez y B. Crevenna. Filmada a principios de los ochenta, la película cuenta la historia de un organillero borracho, irresponsable y machista. El centro de la acción se desarolla en una vecindad prototípica, donde abundan personajes pintorescos como, por ejemplo, una prostituta que se dice descendiente de la aristocracia italiana. El título surge de la comparación entre "el mexicano feo", interpretado por el propio Raúl Ramírez, y su compadre, también organillero, encarnado por Sergio Ramos "el Comanche". Mientras que uno es depositario de las peores vilezas atribuidas al carácter nacional (como el alcoholismo, la corrupción,  la flojera o la xenofobia) el otro se muestra como ejemplo de superación personal, pues se ha sacrificado para mandar a sus hijos a la escuela e, inclusive, él mismo ha aprendido a leer a pesar de ser un hombre maduro. Las distancias abismales entre ambas familias son notorias durante toda la película y, sin embargo, la relación entre ellos nunca llega a deteriorarse. Los buenos compadres hacen las veces de ángeles de la guarda de esa otra familia tocada por la "fealdad" nacional.
Raúl Ramírez, galán de muchas telenovelas de la primera época, se inclinó naturalmente hacia la comedia en sus incursiones como guionista y director de cine. Sus películas quieren ser sátiras contra los vicios sociales de los mexicanos. El personaje principal es un compendio de todas las malformaciones nacionales. Ramírez apuesta por un protagonista "negativo", es decir, depositario de los peores defectos, con la peregrina ilusión de ser realista. En ese sentido, esta película se emparenta con una obra clásica de la literatura mexicana como El Periquillo Sarniento. Como en la novela de Lizardi, Ramírez parte de la figura del haragán para criticar a la sociedad de su época. El protagonista de la película, a diferencia de Pedro Sarmiento, tiene un oficio bien definido que le permite vagar a placer por las calles de la ciudad de México sin rendirle cuentas a ningún patrón. Sin embargo, eso cambia cuando se encuentra con un viejo amigo de la infancia que ha escalado en la pirámide burocrática hasta convertirse en legislador. La rancia camaradería entre ambos es más que suficiente para que "El Papas" tenga acceso a las prerrogativas del poder. Las oficinas de gobierno parecen el paraíso terrenal para un alma corrupta como la suya hasta que su antiguo compañero de banca se revela como un político honesto y lo echa a patadas del presupuesto.
El mexicano feo podría ser considerada en términos dramáticos como una farsa, sobre todo si tomamos en cuenta su visión de las relaciones entre el hombre y la mujer. De alguna manera, esta película denuncia el machismo del "mexicano" al oponerlo a la figura hogareña, sensible y responsable del compadre interpretado por El Comanche; pero no es sino al final de la cinta donde los berrinches machistas de "El Papas", siempre ridículos y exagerados, como la escena en la que intenta acuchillar al novio de su hija para lavar su honor mancillado, son silenciados por una "liberación femenina" consistente en el control del gasto familiar. Como en las viejas películas del cine mexicano, la familia sobrevive como núcleo indestructible, a pesar de las lacras sociales que la amenazan. No obstante, a diferencia de aquellas comedias donde Joaquín Pardavé interpreta al padre sometido por el matriarcado, en el script de Ramírez abundan las procacidades, el personaje principal no tiene nigún viso de nobleza y las situaciones son burdas, llenas de lugares comunes como el embarazo de la hija adolescente, o de escenas de cama para despertar el morbo de los espectadores. Es injusta la comparación entre dos épocas tan distintas, pero si la lleváramos al terreno de sus contemporáneos también saldría perdiendo frente a filmes que  persiguen igualmente la creación de una sátira social, pero cuyo retrato de la pobreza nacional no se constriñe a una moralista enumeración de vicios y virtudes, sino a un examen realista, no por ello exento de humor, de las clases populares en plena crisis económica, como el que realiza José Estrada en la película Mexicano, tú puedes. Es necesario hablar de ella en otra ocasión.

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