El silencio de los maestros

Los escritores, pero sobre todo los cineastas, mexicanos, suelen retrasar indefinidamente sus conversaciones con el lector/espectador. Las plumas que te encuentras en los suplementos culturales (¡¿todavía hay!?), las revistas literarias o, inclusive, la televisión (plumas con voz y rostro en alta definición) se reservan los grandes momentos de lucidez o inspiración para su obra personal (aunque siempre tendremos a Villoro). Los cineastas, en cambio, no son afectos a conceder entrevistas, además, queda poca gente a la que le interese interrogarlos, y es aún menor el grupo de personas capacitadas para la empresa. Son tiempos oscuros, demoníacos, en espera impaciente de una miserable luz, otra que al final de cuentas resultará tan vana como las anteriores. Nuestros héroes vivos se agotan. Por eso era tan importante El atentado. Esta generación se había privado de ir al cine para presenciar un estreno de Jorge Fons. Algunos esperábamos, ingenuamente, que la agudeza, la intuición, la sensibilidad del director impregnara lo que suponíamos una obra maestra, su regreso triunfal a las carteleras cinematográficas, la confirmación de que lo recuperaríamos para no perderlo nunca más. El duelo por su fracaso no es tan sólo el duelo por una obra fallida, por un intento cebado, sino por la sumisión de la que su cinta es muestra: sumisión a sus preferencias políticas. Quienes sabíamos de su militancia obradorista esperábamos una película crítica contra el régimen, incluso militante; pero su compromiso se expresa de una manera tan burda, tan ramplona, tan miserable, que la frase final más que un guiño es una puñalada. No esperaba que su crítica al calderonismo se redujera al nivel de la televisión mexicana.
Dónde está el Jorge Fons que desentrañó los instintos más recónditos de la burguesía y la clase media mexicanas en el episodio "Nosotros" de la película colectiva Tu, yo, nosotros. Dónde quedó el Fons de "Caridad", capaz de retratar o, me atrevo, inventar la miseria como sólo los italianos sabían hacerlo. ¿Quién filmó entonces Los albañiles y El callejón de los milagros? Me senté a esperar a esa dupla encantadora, terrible, critica, autocritica, sensible, catártica, popular, que nos heredaron los años setenta, esa gran década de nuestro cine. Fons y Leñero inventaron una sociedad tan verosímil que la creemos retrato. Su conjunto había sido tan eficaz que dos miserables películas, realizadas entre un período de veinte años, nos habían hecho abrigar esperanzas en la resurección del cine nacional. En mi vida vuelvo a creer en un artista mexicano. A punto del malinchismo más recalcitrante, me dedicaré a construir una jeremiada, entonaré un sentido réquiem por mis maestros. Éso es lo que Leñero y don Jorge pasaron por alto. Muchos de sus seguidores no podemos tomarnos un café con ellos los fines de semana, no aspiramos siquiera a que nos nieguen el saludo. Nuestro diálogo con ellos se da en las salas cinematográficas, en el ágora emocional, como diría Enrique Serna, donde algunos espectadores buscamos la conmoción, el ejemplo, la seña, el anzuelo para seguir intentándolo. ¡Qué lástima que los creadores intelectuales de la obra, las firmas pesadas en El atentado hayan renunciado (la nuestra es una era de renuncias) a dialogar con sus discípulos desconocidos! ¡Qué pena que cuando más necesitamos sus palabras, hayan preferido callar!

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