Las alcantarillas del infierno: El México de Enrique Serna

Enrique Serna es, sin lugar a dudas, uno de los escritores fundamentales del México contemporáneo. Lo es porque sus historias abren las cloacas del alma de los personajes, si no para purificarlos, por lo menos para airear un poco el ambiente nauseabundo que se respira dentro de ellos. Su voz narrativa es la del pecador en el confesionario o la del neurótico en el diván del piscoanalista. Es por eso que sus obras siempre alcanzan un alto grado de verosimilitud, porque no narra desde el púlpito del predicador que condena sino desde la comunión emocional con sus criaturas. 

Él mismo acuñó el término sátira sentimental para definir ese tono a medio camino entre el melodrama y la comedia negra que predomina en sus novelas y en sus cuentos. La amargura de los personajes es un cáliz compartido con el narrador, una borrachera conjunta donde no se sabe cuál de los dos saca la peor parte. Durante la lectura, el receptor también participa plenamente de ese convivio entre los personajes y el emisor del relato, lo que construye una intimidad indisoluble entre las distintos integrantes de la liturgia narrativa.  

El vendedor de silencio, la más reciente entrega de Enrique Serna, cuenta la historia del periodista Carlos Denegri. Es una ficción en clave de biografía no autorizada sobre el capo del periodismo nacional durante la primera mitad del siglo XX. No deja de ser curioso que Denegri haya nacido en 1910, precisamente durante el año en que estalla la Revolución Mexicana, ya que desde las trincheras de Excélsior contribuyó en gran medida a la consolidación de lo que se conoce como el sistema político mexicano. 

Su primer contacto con la revolución hecha gobierno se lo debe a los buenos oficios de su madre, una vicetiple argentina que no bien llegando a México se enreda con uno de los hombres de confianza de Venustiano Carranza, Ramón P. Denegri. Mientras su padre político, nunca mejor dicho, se convierte paulatinamente en una pieza más o menos clave del nuevo régimen revolucionario, el protagonista comienza a aprender las reglas del juego, a veces por las buenas, pero otras por las malas. Esos años de formación serán indispensables para que, a finales de los años cuarenta, Denegri se convierta en la pluma más temida de la república de las letras. 

Serna divide su novela en tres partes claramente diferenciadas. La primera cuenta el asedio a la que sería la última esposa de Carlos Denegri, llamada Natalia Urrutia en la novela. Esa aventura por la conquista de una mujer muestra al personaje de cuerpo entero, no sólo como un hábil manipulador sino también como un hombre atormentado por el pasado y por el presente. La gran aflicción del último Denegri es sentimental, busca una persona que lo comprenda y que comparta con él la fortuna amasada durante décadas de dedicarse a la extorsión desde las páginas más negras de la prensa mexicana. Pero el emperador se siente solo, requiere de una digna consorte que lo acompañe a la muerte en su Galaxie. 

En este primer acto, Serna se asoma al alma del personaje mediante una reconstrucción de su vida como uno de los primeros mirreyes del nuevo régimen: sus vanos intentos de convertirse en poeta, su breve periplo como cáncer del servicio exterior, su traición a una verdadera vocación inicial de ventilar las atarjeas del poder político. Denegri siempre aparece como un hombre envuelto en encrucijadas, y siempre toma el camino más cómodo. Las circunstancias no influyen en su toma de decisiones. Denegri siempre elige lo mejor para él. En ese sentido va construyendo su propia imagen de triunfador, pero en el camino oculta bajo la alfombra valores tan esenciales como la lealtad o el amor. Ya habrá tiempo de redimirse, parece pensar el protagonista. Y eso es lo que busca al final de su vida: la redención, el hogar perfecto que absuelva todas sus culpas.

El corazón de la novela relata los cataclismos sentimentales que provocaron los divorcios del periodista. Su primer matrimonio fue con una joven de buena familia, aunque recatada y poco ilustrada. Vivieron durante algún tiempo en Río de Janeiro, donde la neurosis del periodista propició una primera ruptura con el pretexto de unas llaves.  En realidad, Denegri estaba harto de la rutinaria vida conyugal en la que se encontraba empantanado. Era un hombre de acción y necesitaba desfogar su energía sexual y creativa lejos del yugo familiar. Luego de una fuerte discusión, su esposa se regresa a México con su pequeña hija y se separan durante un tiempo, pero Denegri necesitaba la fachada de hombre hogareño para sentirse un verdadero chingón. Sólo los fracasados viven sin perro que les ladre, parece ser la divisa del protagonista. La pareja se reconcilia y alcanza una relativa estabilidad familiar mientras Denegri asciende en la mafia del poder. Pero el fantasma de la infidelidad planea sobre la relación, porque la esposa de un ex-secretario de estado le tira el calzón descaradamente a Denegri. Como está plenamente suscrito al club de los que no lloran cuando les dan pan, el más vil de los reporteros se enreda con la corrupta maruja que le menea el rabo. 

Al mismo tiempo, Denegri se solaza en codearse con otros chingones como él, para incrementar con ello su nivel de testosterona social. Después de trabajar como un siervo a las órdenes de Maximino Ávila Camacho, sufre de una especie de enamoramiento con el empresario Jorge Pasquel, espejo donde su narcisismo encuentra por fin un vivo reflejo, la imagen más fidedigna de su masculinidad. Vestido como su ídolo, acude a una charreada donde vuelve a encontrarse con la tentación en cuerpo de mujer. ¿Por qué no dejarse llevar por el deseo? Él no se considera un hombre como cualquiera. No mide sus actos con los valores de la moral sometida, sino con el libre albedrío de la clase dominante, que no se priva de ningún capricho. Si Pasquel podía tener un harén, ¿por qué hacerse de la boca chiquita?

La aventura con la esposa del funcionario llega lo suficientemente lejos como para terminar con sus respectivos matrimonios y contribuir a dilapidar su reputación. Mientras comparte el pan, la sal y los safaris con Pasquel, descubre que su nuevo amor se ha tirado a medio México y decide romper también con ella, no sin antes dejarle de recuerdo para toda la vida una de las escenas más indignantes de la novela. En el colmo de la misoginia cerril que se apoderaba de él cuando bebía, el protagonista arrastra a su sirvienta por toda la colonia, como si fuera una res en el jaripeo. El dantesco espectáculo queda impune porque Denegri es uno de los cuarenta ladrones, el periodista consentido del régimen alemanista. 

En medio de esa rapiña en la que la revolución se bajó del caballo, Denegri encuentra la fortuna pero comienza a perder la dignidad. Su fama de bravucón de cantina comienza a extenderse al grado de convertirse en leyenda. En una conversación con su colega Jorge Piñó Sandoval, que estructura la segunda parte de la obra, Denegri alardea de que nadie lo puede correr de ningún lugar, aunque vayan a dar las seis de la mañana. Su reputación de bebedor de carrera larga llega a oídos de otra de sus mujeres, una joven diplomática con inquietudes políticas. La conoce a mediados de los cincuenta en la cumbre interamericana de Caracas y supone que ha encontrado al amor de su vida. Por consejo de un psicoanalista, había dejado la bebida por un largo periodo en el que la abstinencia le permite crecer como profesional y disfrutar tal vez de sus mejores años, junto a una persona a quien realmente consideraba a su altura. Los problemas comienzan cuando Estela se atreve a dar indicios de que no es una esposa abnegada como las que acostumbra Denegri. Es más joven, más culta y está mejor preparada que él. Eso lo pone en desventaja dentro de la relación hasta que la insolencia de su amada termina por volverlo loco.

La última parte de la historia narra el secreto del origen de Carlos Denegri, y por ende, la posible causa de su machismo desmedido. En el fondo, Denegri no es más que una de las tantas víctimas que ha arrastrado en su lenta y larga agonía el antiguo régimen presidencial. El trauma de su vida se lo debe a su madre, o al menos eso quiere creer, y por eso comete toda clase de atrocidades contra las mujeres a las que ama. Son acciones preventivas, según sus propias palabras, píldoras que pretenden mitigar el dolor que le provocaría una posible traición. Sus celos enfermizos no solo destrozan su reputación sino también su alma, una especie de bandera blanca en jirones que pide clemencia en los últimos meses de su vida. El final de la narración es simbólico en ese sentido, Denegri rumia en un bar la frustración que le ha causado el último madrazo contra su brillante carrera profesional. Mareado, intenta abandonar el lugar para evitar a un grupo de otoñales admiradoras. Una de ellas se le acerca y le pregunta: ¿Usted es Carlos Denegri? La respuesta del periodista es como una premonición de lo que pasaría después, su famosa muerte a manos de la última mujer que lo amó. Después de responder la pregunta de su fan, Denegri vomita sobre una maceta. En esa melaza de alcohol y bilis estaba el último pedazo de su alma, el alma del mejor y más vil de los reporteros de México.  

El México de Enrique Serna es un abismo plutónico donde los sueños de juventud se transfiguran en pesadillas. Las ilusiones de los personajes se convierten en realidad, pero esa verdad está muy lejos del edén imaginado originalmente. Los sueños se hacen realidad, pero todo lo que la realidad toca deviene en pesadilla. Las buenas intenciones de los personajes terminan ahogadas en las zahúrdas de Plutón. 

Los personajes de Serna no son caricaturas grotescas, sino retratos muy verosímiles del alma nacional. Denegri forma ya parte importante de una nutrida galería de caracteres creados por el autor de Fruta verde y Amores de segunda mano: Selene Sepúlveda, la malhadada señorita México 1966, El Tunas, que de niño chemo termina siendo un narco de alto voltaje, Evaristo Reyes, el protagonista de El miedo a los animales, que bien pudiera ser una especie de hermano incómodo del Carlos Denegri creado por Serna, una de las posibles caras de la poliédrica moneda que es el periodismo mexicano. Estos y otros personajes comparten una misma ambición, liberarse de las cadenas de la normalidad, escapar del encorsetado rol social que se les ha asignado, para vivir una existencia más plena, o que al menos satisfaga mejor sus expectativas. Todos están enfermos de bovarismo, son alumnos avanzados de la Señora Bovary que buscan en las entrañas del mundo su lugar, sin darse cuenta de que en el camino se pierden hasta caer en las alcantarillas del infierno.


Comentarios

Entradas populares