Érase una pedida de mano

Lo sorprendente era que le quedara pelo para hacerse un chongo. A esas alturas, resultaba aventurado llamarla mi futura cuñada. En cualquier momento no quedaría ni un solo gramo de ese cuerpo esmirriado para el futuro. Podría tener todos los millones del mundo pero sus horas estaban contadas. Entrados en gastos, parecía un mejor negocio un matrimonio con ella que con su hermana. El prematuro rigor mortis de su piel le daba un aire de reina egipcia descansando en su sarcófago.
Perla no se llevaba muy bien con su hermana, pero se reunían para jugar canasta uruguaya de vez en cuando. Esa noche iba a darle la noticia de que se casaría conmigo. Sí, ya sé que todo esto ha sido muy precipitado, que todavía no he mandado las invitaciones y todas esas cosas. Pero te juro que no he tenido tiempo de pensar en ello. Dar este braguetazo era lo único que le faltaba a mi carrera sentimental. Perla sería la corona de unas lides francamente complicadas para mí. Ya era hora de que una mujer se sometiera a mis deseos como en los viejos tiempos, cuando la sumisión y la idolatría hacia el hombre sellaban los compromisos de por vida.
Evidentemente yo no soy el que lleva la voz cantante en esta relación extraña pero tengo un as bajo la manga para hacerme con el poder sin que medie conflicto alguno. Mis ejemplos a seguir serán esas emperatrices del hogar de antaño que sin gritos ni sombrerazos lograban gobernar hasta a los machos más atrabiliarios.
Mercedes Almazán estaba casada con un prófugo de la República Democrática Alemana. Hablando de braguetazos. Su marido había venido a estudiar a México en los años cincuenta, cuando Mercedes era una ya no tan joven chica soltera y trabajaba como azafata en Lufthansa. El paliducho estudiante no era precisamente un descendiente del imperio franco-prusiano pero tenía todas las credenciales genéticas para emparentar con la Cleopatra de la Narvarte. Las fotografías de la boda eran verdaderas reliquias del blanco y negro. Daba miedo que se te deshicieran entre los dedos. Las polillas del álbum familiar nos miraban con rabia porque nos habíamos sentado a manosear su comida. 
La juventud perdida de las hermanas Almazán yacía olvidada en ese montón de cartones viejos sin que a nadie le importara realmente. Me di cuenta de que algún día las fotografías de nuestra infancia se convertirían en cenizas. Quizá, mucho más pronto de lo que lo haría todo rastro de las Almazán. La vida era tan corta, el mundo, un capricho violento, la pataleta biológica de una galaxia malcriada.
-Bueno, bueno. Dejémonos ya de tanto cotorreo... Tengo que decir lo que he venido a decirles... ¡No estoy de acuerdo con esta boda! ¡Es absurda!
-¡No diga eso! Se ven tan felices. Las diferencias culturales enriquecen a la pareja. No en balde llevan más de cincuenta años juntos...
-¡Me refiero a la boda de ustedes!
-¡Ah, claro! Obviamente... Bueno, no creo que duremos tanto pero uno nunca sabe. La ciencia está tan avanzada. La inmortalidad está a la vuelta de la esquina.
-¿De veras te vas a casar con este payaso?
-Ay, hermana. ¿Cuál es el problema? Los tiempos han cambiado. Ya no está tan mal visto que una mujer madura tenga una relación con un hombre menor.
-Una mujer madura, has dicho. No una anciana.
-¡Hermana, cuida tus palabras! Viniendo de ti, duele. Además, tú tampoco te cueces al primer hervor.
-Ya estamos viejas, pasadas, caducadas, ¿entiendes? Somos carne podrida.
-¡Mercedes! ¡Pero qué cosas tan horribles dices!
-¿Espera usted, jovencito, que me crea que se casa usted con mi hermana por amor?
-No, se casa conmigo por el dinero. Exactamente como te casaste tú con tu esposo.
-Sí, pero éramos jóvenes los dos. Es distinto. 
-Por favor, si le llevas más de diez años. Te lo compraste recién salido del cascarón... Este, en cambio, ya viene vivido... Ha tenido muchas amantes... El tuyo, cuando lo conociste, sólo había fornicado con las cabras.
-No compares, por el amor de Dios. Tú podrías ser su abuela.
-Seré lo que él quiera que sea. Su abuela, su madre, su puta, su perra callejera...
-Esposa suena bonito... Mujer, es más salvaje, pero igual funciona...
-¡Tú, cállate!
-Vas a provocar que tus hijos te encierren en un asilo de ancianos. Has perdido la voluntad. Y a éste le van a meter un susto de aquellos. De mí te acuerdas.
-Vamos armados por la vida. ¿Con quién crees que estás hablando? Tengo licencia para disparar sobre aves de carroña.
-Ya estamos muy grandes, hermana. Sienta cabeza de una vez. Resígnate a la senectud. Envejece con honor y dignidad, como nuestro padre. ¿Ese fue el ejemplo que nos dio?
-Nunca nos vamos a poner de acuerdo, pero nos dio ejemplos peores. Nuestro padre hizo cosas que hasta a mí me asustan... Eso que teníamos en casa no era un jardín sino una fosa común...
-¡Ay, no digas tonterías! ¡Estás desvariando! Definitivamente vas a acabar en un asilo... Y usted, va a terminar preso, por abuso de una persona de la tercera edad. Este ridículo matrimonio nunca tendrá validez. La sociedad los hará pedazos y no les quedarán fuerzas ni para levantarlos.
-Pues que no se te ocurra mover ni uno solo de tus artríticos dedos contra nosotros porque vendré a jalarte las patas cuando me muera, a ti y a toda tu familia. Tu marido va a creer por fin en los aparecidos y del susto me los voy a llevar conmigo de regreso al otro mundo... ¡Y no me azotes la puerta! ¡Me vas a romper los cristales!... Como pudiste darte cuenta, mi familia no está de acuerdo con lo nuestro... ¿Te importa?
-No lo sé. Hasta hace unas horas, ni siquiera sabía que tenías familia... Es decir, no creí que estuvieran entre nosotros... Tú me entiendes...
-Están entre nosotros, y nos harán la vida de cuadritos para impedir nuestra boda.
-Ya decía yo que era demasiado bueno para ser verdad... Supongo que tendré que vivir con ello... Están corriendo las amonestaciones. Ya no no podemos echarnos para atrás...
-Mejor ya vámonos a la cama... Necesito recuperarme de la visita de Mercedes. Siempre que viene me chupa la energía... Es como una bruja de cuento alemán, de esas que comen niños... Además, la vi más delgada... Y vino a restregarme que se puso botox en los párpados, ¿te fijaste?... ¡La odio!

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