La nueva cineteca

Era mi primera vez. Hace más de diez años de todo aquello. Perdía mi tiempo en el CADE. Tenia un montón de amigos que después se olvidaron de mí. Yo también me olvidé de ellos. Creía en mí. Creía en que algo grande iba a pasar conmigo. Pero nunca había ido a la Cineteca. Me quedaba lejos, más lejos que el Cinemex Iztapalapa que llegué a frecuentar. Me ha tocado la suerte de estrenar muchas instalaciones. Creo que pertenezco a la primera generación de un kinder extinto llamado Katy la Oruga. En primero de primaria hice un berrinche antológico en medio de los escombros de mi salón de clases (estaba en remodelación, pero yo no quería cambiarme al salón de junto, me sentía un intruso, un extraño entre la fauna del 1 A, yo pertenecía al 1 B, me había costado mucho pertenecer al 1 B); en fin, el punto es que me han tocado tiempos de transición, en el país, en la ciudad de México, en la Facultad de Filosofía y Letras, en una editorial infausta de cuyo nombre me acuerdo con demasiada frecuencia (por desgracia). 
En las postrimerías del sexenio, quizá del mundo (gracias, Israel, besos, Hamás), me enfrento a una nueva transición. La nueva línea 12 del metro queda a tiro de piedra de mi casa. La Cineteca Nacional, antes tan lejos, me queda a media hora de camino (puristas, abstenerse de contar los minutos, dije media hora y se acabo). Esto significa que he vivido en una era de reconstrucciones. Todos los lugares mencionados habían existido antes de mí. Me ha tocado ver el antes y el después. Todavía no lo asimilo.
Ahora hablaré en plural: hemos vivido bajo el signo de Jano, al final del siglo XX y al principio del XXI. Los profetas tenían razón. El mundo se acabó en el año 2000, ya casi nada se parece a esa época, el mundo ha cambiado mucho. Somos el futuro, pero también fuimos el pasado.
Vuelvo al singular: no sé si soy muy diferente de aquel tipo que caminó por la lateral de Rio Churubusco hacia las viejas instalaciones de la Cineteca Nacional. El panteón de Xoco ya no me da miedo, aunque el hecho de que se encuentre frente a un Hospital General de Salubridad Pública me sigue pareciendo siniestro (tampoco tiene un sentido práctico, nadie pasa del hospital al cementerio, morirse no es tan sencillo).
Eran los días aciagos en que cambiaría el Tele Guia por el Tiempo Libre para normar mi criterio estético (sé que se nota, no hay necesidad de humillar a nadie). Mi primera película en la Cineteca fue Dancer in the Dark, de Lars von Trier. Me costó mucho trabajo mantenerme despierto (eso suele pasarme en la Cineteca). Había mucha gente, estábamos en una de las salas grandes, creo que la Fernando de Fuentes o la Salvador Toscano. No conservo el boleto. No tenía pretensiones de coleccionista, de memorialista inútil, de estúpido acumulador. Era un simple mortal que quería crecer. Crecer significaba ir al cine, ser culto (hacía poco tiempo había iniciado mis días como lector, me entusiasmaban Fuentes y García Márquez, honraba el lugar común de una manera ignominiosa).
Me pregunto si he cambiado un poco. No me dormí en Anticristo, ya no me importan García Márquez o Fuentes, pero sigo leyendo novelas, sigo peregrinado a la Cineteca, aunque ahora me quede menos lejos, sigo intentado crecer, pero tengo el mismo miedo de entonces. Han cambiado mis gustos, mi visión del mundo, mi inseguridad, pero no ha cambiado mi miedo. Sigo siendo el mismo fantasma que deambula por la Cineteca, sigo en reconstrucción.

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