Pecado Mortal

Gloria Marín volvió a escuchar el molesto timbre de su antiguo teléfono. La espléndida casona de San Ángel en donde residía desde su divorcio no tenía todavía un inquilino masculino porque pensar en un tercer matrimonio sería la ruina para su estabilidad emocional. Después de todo, los hombres nunca han sido realmente necesarios para una estrella de cine. Es cierto, los productores, los directores, y últimamente hasta las maquillistas, parecen o se comportan como hombres, pero cuando digo hombres me refiero exclusivamente a los hombres de verdad, aquéllos por los que una mujer puede dar hasta su caja de galletas. No quiero ser irónica pero una caja de galletas es siempre más importante para una mujer que el marido en turno. Sobre todo si la mujer es estrella de cine. Porque entendámonos, las estrellas de cine no necesitamos realmente nada ni a nadie, somos fantasmas, hemos nacido para habitar la sombra, para sobrevivir al tiempo, a los incendios en las cinetecas y a la televisión nacional.
Seguramente, Gloria descolgó el auricular con un ardiente deseo de que se tratara de Jorge, pero empezaba a enloquecer. Jorge había muerto dos años atrás en los brazos de una zaranpagüila de la que ni ella ni yo queremos acordarnos ahora, en estos tiempos de solaz y esparcimiento, en estos días alcióneos donde la vida transcurre como entre algodones. No, definitivamente no le voy a dedicar un segundo de mi tiempo a esa trepadora de las bellas artes que se encaramó con medio mundo para obtener un estelar en la película aquella que hubiera sido mi consagración. No lo haré. No escribiré desde la envidia y el recelo. El rencor no saturará estas páginas, de por sí ya manchadas por mi incompetencia. No volveré a María ni a 1945. No lo haré...
Había pensado asistir desnuda al coctel de presentación, pero Fernando de Fuentes me advirtió que no me toleraría otro de mis arranques de ramera. Obedecí porque después de todo soy una actriz muy disciplinada que no se deja llevar fácilmente por el carril de las emociones. Poseo un control soviético de mis sentimientos, aunque a menudo no lo parezca. El alcoholismo, por otro lado, no puede considerarse como un sentimiento. Juan Bustillo Oro me había regalado un vestido negro primoroso que no pude encontrar en mi ya demasiado extenso guardarropa, y como no acostumbro la servidumbre, todavía, tuve que conformarme con uno de los andrajos más o menos monos que adquirí en mi última (de hecho, la única hasta el momento) visita a los almacenes más socorridos de Nueva York.
Toda la comunidad cinematográfica estaba presente. Los flashes de los fotógrafos me erotizan mucho más que los fotógrafos mismos. Claro, quién podría hacer el amor con un fotógrafo. Sólo María, esa hedionda enfermedad venérea del cine nacional. Cruzó dos palabras con alguno de ellos antes de hacer su entrada triunfal. Sí, disfrazada de Doña Bárbara, la muy cabrona. Eso no lo pudieron ver mis ojos. En cuanto puso sus pezuñas sobre la grama del jardín me le fui a la yugular con la furia de la actriz desempleada en la que me convertiría desde entonces.
Los Galindo han vuelto a llamarme. Son unos amores. Me respetan y creen sinceramente que soy la mejor actriz de mi generación. No pueden dar crédito de la canallada que me ha hecho la industria. Vetarme a mí, sólo por no agraviar a esa... ¡Habrase visto! Ni los fascistas cometieron tantos atropellos. ¡Una actriz de mi categoría, relegada en el teatro universitario! ¡De veras que sólo en México! Pero basta ya de recuerdos, de lágrimas, de lamentaciones... ¡Gloria! Soy Isabela, cómo estás. Supe que vas en mi nueva película. Me da mucho gusto. Siempre había querido trabajar con mi mejor amiga... ¿Cómo dices? ¿El guión? No lo he leído. Es una radionovela de una tal Caridad... ¿Qué? ¿La criada? ¿Cómo que la criada? Los Galindo no me prometieron esto. ¡Hijos de su chingada madre! ¡Esto no se va a quedar así! ¿Cómo? ¿Te ofrecieron el protagónico? No sabes si aceptarlo, claro, tú sí eres mi amiga. No como esa... ¿Lo aceptaste? ... No, no te preocupes. No tengas pena. Eres una profesional. En estos tiempos no llueven las ofertas. ¡Felicidades, amiga! ¡Nos vemos en el plató! Claro, ya sabes. Sí, entiendo, tienes prueba de vestuario. Un besito. Ciao.
Pecado Mortal es una película mexicana filmada a mediados de los años cincuenta. El argumento está basado en una radionovela de Caridad Bravo Adams del mismo título que cincuenta años después, aproximadamente, se llevó a la pantalla chica con el nombre de Abrázame muy fuerte. Juan Gabriel compuso el tema y Victoria Ruffo protagonizó el personaje que interpretara Gloria Marín, una de las esposas de Jorge Negrete, en la década de los cincuenta. Isabela Corona fue una de las actrices más desperdiciadas por el cine mexicano de la época de oro. Las películas que estelarizó son practicamente inconseguibles, aunque de vez en cuando las transmiten por televisión, sobre todo en el Canal 22. Entre ellas destacan La noche de los mayas de un director llamado Chano Urueta (lo sé, los cineastas de verdad no pueden llamarse Chano) y la primera adaptación cinematográfica de Los de abajo de Mariano Azuela, donde interpreta a "La Pintada". Además participó en la opera prima del Indio Fernández, La isla de la pasión, y actuó bajo las órdenes de Juan Bustillo Oro para la película El ángel negro, una píldora para dormir que suele transmitirse los domingos por la tarde en el Canal 22.
Post scriptum: el teatro del Seguro Social ubicado en la Unidad Habitacional Nonoalco Tlatelolco lleva el nombre de Isabela Corona. El terremoto no lo tiró. O eso supone el mundo.

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